Por Héctor Corti
(Este texto de ficción fue publicado
por primera vez en http://www.mostrandohilachas.blogspot.com.ar el 02 de octubre de 2017. Hacía tres meses que no sabíamos nada de
Santiago Maldonado. Hoy, 01 de agosto de 2019, seguimos sin saber que
pasó con Santiago Maldonado. Seguimos sin Justicia para Santiago
Maldonado.)
—¿Dónde
está Santiago?— , preguntó María al
no ver a su hijo que hacía unos minutos jugaba en la puerta de la
casa.
—No
sé, mujer. Creí que te estaba ayudando a enhebrar las agujas para
que termines más rápido tu trabajo—
, respondió José mientras cepillaba prolijamente una tabla que
tenía futuro de mesa.
Santiago era un niño de diez años
que amaba y respetaba a sus padres. Pero no por eso dejaba de ser
travieso, como correspondía a su edad.
Aquel día esperó la distracción de
su madre para escabullirse, encontrarse con Pedro y Juan, sus amigos,
y escaparse para jugar en el monte que quedaba a unos pocos
kilómetros.
Aunque nunca le habían negado el
permiso, Santiago sabía que el problema para conseguirlo era la
presencia de Judas, el cuarto amigo, a quien sus padres lo tenían
entre ojos.
“Es una mala compañía”, solía
explicarle José, un tanto más diplomático que el tajante “no
quiero que te juntes con ese chico” de María.
Santiago no estaba de acuerdo. Sentía
que Judas sería de los amigos que lo acompañaría a lo largo de la
vida. Por eso no resignaba a compartir con él sus salidas, aun a
costa de engañar a sus padres.
La excursión se extendió más de lo
esperado. Pasaron las horas y no regresaba. Cuando el sol había
caído, María estaba sacada, entre la desesperación y la angustia.
—Dónde
está este chico. Hay que ir a buscarlo—
, interpeló a su esposo.
—Tranquila, mujer. Ya va a volver— ,
respondió José tratando de mantener la calma.
Y las palabras del padre parecieron
proféticas. Después de pronunciarla, a lo lejos apareció la figura
de Santiago, llevando en la mano una rama larga que se asemejaba a un
cayado. Venía con cara feliz y gesto de pedir perdón, seguido por
sus amigos inseparables.
—¿Dónde está Santiago?— , consultó
el maestro Isauro a los alumnos que poblaban el aula de la escuela
rural.
Los adolescentes cruzaron miradas
cómplices, pero como si existiera un pacto de silencio, nadie abrió
la boca.
Isauro frunció el ceño, pidió las
monografías encargadas y empezó a dar la clase. Sospechaba que
Santiago se había escapado, pero evitó hacer más preguntas de la
que estaba seguro no recibiría respuesta.
Al finalizar la jornada se junto con
sus compañeros Mary y Alfredo para hablar de la situación de
Santiago, un estudiante brillante y rebelde que acostumbraba a
tomarse algunas licencias por su cuenta.
—No
puede ser que haga lo que quiera. Ustedes saben que promuevo entre
los jóvenes para que sean libres, pensantes y críticos. Pero
también que mantengan el respeto que nos debemos entre todos—
, se quejó Isauro.
—Me
parece que te estás calentando demasiado por algo que no es tan
grave. Santiago es muy responsable. Confío en él. Seguro que tuvo
una buena razón— , opinó Alfredo.
—Tiene
razón Alfredo. Lo tuvo durante todo el año pasado y lo conoce muy
bien. Pero también creo que deberías conversar con él y señalarle
que cuando hay algún problema, debe hablarlo y no resolverlo por su
cuenta— , terció Mary.
Fue en ese momento que Santiago
apareció en el aula donde los maestros estaban reunidos. Entró
apurado y agitado. En su mano tenía el trabajo que Isauro había
pedido. Con mirada inocente y sonrisa compradora le pidió disculpas.
Argumentó que como se lo había olvidado, fue corriendo a su casa
para buscarlo y volvió. Pero se le hizo tarde.
—¿Dónde está Santiago?— , gritó
Diego sin dejar de hacer jueguito. La pelota pasaba de un pie al otro
sin tocar el piso desde hacía varios minutos.
—Sabés
como es. Él se toma su tiempo. Deja todo para último momento. Pero
siempre aparece— , justificó Lionel,
tratando de que no se le notara la preocupación que también tenía.
El partido que estaban a punto de
jugar era clave. Después de la gran campaña realizada a lo largo
del año, si ese domingo ganaban se clasificaban finalistas.
Para “Los diez”, el equipo del
barrio que se convirtió en revelación del torneo por la equilibrada
combinación de calidad técnica y piernas fuertes cada vez que eran
necesarias, la oportunidad de ganar el título estaba ahí, a nada de
conseguirlo.
Si bien todos los futbolistas eran
importantes, el trío conformado por Diego, Lionel y Santiago
sobresalía del resto. Y ese domingo más que nunca dependían de su
aporte para lograr el objetivo.
Por eso el mal presagio y la desazón
de Diego, Lionel y el resto de los compañeros, cuando tuvieron que
dejar el vestuario y salir a jugar sin una de sus figuras.
Cuando estaba a punto de empezar el
partido apareció Santiago. Gritaba desesperado al árbitro para que
esperara. Llegaba corriendo y ya cambiado. Al ingresar a la cancha
justificó su tardanza. Fue por ayudar a una anciana que se había
caído en la calle. “Como pensaba que no iba a venir, pero tampoco
la iba a dejar tirada”, explicó entre serio y ofendido porque se
daba cuenta que mucho no le creían.
—¿Dónde está Santiago?— , dijo en
voz alta Charly, mientras del piano salían acordes maravillosos.
—A mí
me gustaría saber lo mismo— , se sumó
León un momento después de hacer sonar su armónica como ninguno.
—Pasa
que es medio despistado. Ustedes saben que él se sube a todo lo que
le pasa cerca. Ya va a aparecer— , lo
protegió Víctor, su gran amigo y compinche, entre nota y nota que
sonaban en su guitarra.
El grupo telonero que estaba por
participar en un recital solidario en defensa de los derechos humanos
tenía un problema serio: en pocos minutos debían subir al escenario
y les faltaba Santiago, su cantante.
La situación inesperada los obligó a
tomar una decisión impensada. Como no podían aplazar la actuación
tendrían que salir los tres solos, algo que nunca había sucedido.
A la hora estipulada, y con el público
a pleno haciendo pogo, subieron al escenario. Cuando las luces
bajaron y comenzaron los acordes del primer tema, apareció del fondo
la figura y la voz inconfundible de Santiago para iniciar el show,
ante la sorpresa de los integrantes de la banda.
En un intermedio, se refirió a su
impuntualidad con una insólita excusa que hizo reír y sospechar a
sus tres compañeros. Simplemente contó que se quedó dormido. Pero
lo que no se animó a detallar fue la inesperada y fugaz relación
sexual que tuvo en las horas previas.
¿Dónde está Santiago? Preguntaron
María y José, y pegaron su foto en la ventana de la casa que da a
la calle. Isauro, Mary y Alfredo, y escribieron la frase en cada
pizarrón. Diego y Lionel, y colgaron una bandera en el alambrado con
el reclamo. Charly, León y Víctor, y le dedicaron una canción.
La
pregunta se multiplicó en las plazas y las calles de todo el país.
Traspasó las fronteras. Llegó a los rincones del mundo. Esta vez no
hubo inocentes travesuras, impulsos juveniles, impuntualidades o sexo
fugaz salidos de la imaginación de un escritor.
A Santiago lo
desparecieron. A Santiago lo vieron por última vez cuando era
detenido por efectivos de la gendarmería. Santiago, que por sobre
todo es un hombre solidario, apoyaba lo que considera un justo
reclamo del pueblo mapuche por la restitución de sus tierras
ancestrales.
¿Dónde está Santiago? Es la
pregunta que todavía no tiene respuesta.
DESPUÉS DE LA NOTICIA
Las palabras de Sergio duelen. Son las
que nadie quisiera escuchar. “Es Santiago”. Sergio lo confirma.
Ya está. Ahora queda la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Por
Juicio y Castigo a los asesinos y a los encubridores. Y en esa
avalancha de pensamientos que surgen desordenados, aparece el texto.
Lo repaso. Uno escribe ficción. Y la ficción permite una antojadiza
transformación de los elementos de la realidad. Releo. Y encuentro
un tono de esperanza. O mejor dicho, de espera. La de tener la
respuesta del final. Pero de final feliz. Como la de los otros
Santiagos. Una historia que termine con una inocente travesura, un
impulso juvenil, una impuntualidad o una noche de sexo fugaz. O
simplemente un error que le permita su aparición con vida, pero no
salida de la imaginación de un escritor. Pero no. Santiago está
muerto. A Santiago lo mataron. A Santiago lo llevó la gendarmería.
A Santiago lo negaron los funcionarios del gobierno. A Santiago le
inventaron historias inverosímiles salidas de un periodismo
siniestro. Y esto supera la ficción. Por eso prefiero mantener el
final esperanzador. Pero esperando Justicia.