10.1.12

¡PENAL!

Bolsos al hombro, por la calle asfaltada entre el muro y la granja que tiene patos y cerdos, se acercan. Se detienen debajo de unos árboles y se colocan pantalones cortos, botines y remeras azules. Toman un poco de agua de bidones de plástico y entran a un campo de juego, demarcado por líneas de cal, haciendo piques cortos y trotes. Ellos, detenidos de la Unidad 41 de Campana, jugarán en pocos minutos un partido de rugby con el equipo del CEAMSE, al costado de los pabellones donde pasan todo el día. Un puñado de guardiacárceles con armas largas ocupa posiciones en los costados del terreno. Un nuevo encuentro de Extra Brut, el equipo de los privados de libertad organizado por el Grupo Campana Oval, está por comenzar.

Omar Amendolari, ex jugador de rugby de Tiro Federal de Campana, es el entrenador, junto con Jonás Pérez Leonardi. Mientras da las últimas indicaciones a sus dirigidos y se  protege del sol con la mano, Omar dice: “Con mi amigo Alejandro Pérez Quartesan, padre de Jonás, empezamos a trabajar en este proyecto, a instancias de un jefe del penal que ahora está en otra unidad, el prefecto Fernando Pirali, que nos pidió enseñar rugby en la cárcel. Obviamente arrancamos con miedos y precauciones”.

“¿Esta gente por qué está acá? Por no cumplir reglas escritas y morales. Por eso el método de enseñanza del deporte que aplicamos es a partir del cumplimiento de las reglas”, dice Amendolari. Así, trata de inculcar no solamente el respeto al reglamento sino al rival, al referee y a los compañeros. “Buscamos no solamente que mejoren la parte técnica, sino que absorban el espíritu del juego, la caballerosidad, toda la parte no escrita en cuanto a valores”, agrega. También planean jugar muchos partidos “afuera”, para generar una integración más fuerte entre los detenidos y el resto de las personas.

Los integrantes de Extra Brut entrenan martes y jueves la parte física, dentro del penal propiamente dicho. Los sábados juegan partidos en esta cancha que está “afuera”, que sigue siendo parte del penal pero que está rodeada de árboles y parque, y que es el primer campo de juego de rugby en una cárcel argentina. Durante 2010, fueron marcando el terreno, consiguiendo los postes y clavándolos en la tierra. E inauguraron la cancha con un amistoso en noviembre de ese año, ante el CEAMSE, el mismo rival de hoy, que ahora anota un try y saca ventaja.

Daniel Cotto es de Zárate, donde trabajaba ayudando a su padre en un taller mecánico, hasta que cayó preso. Él es uno de los mejores jugadores del equipo Extra Brut y vino de “refuerzo”, ya que salió en libertad en agosto pasado, después de pasar tres años preso. “Me acerqué de curioso nomás al rugby”, cuenta. Ahora volvió a  trabajar con el padre en el taller y asegura: “Les escapo a las malas juntas. Los veo y voy para otro lado. No voy a volver la cárcel, lo tengo puesto en el bocho”.

Cuando arrancó el proyecto, eran unos 20 los internos que se acercaron. Actualmente, son más de 60 los que participan. El equipo no suele repetir la formación, porque entre los que se van, o los cambian de unidad, o no salen por alguna cuestión disciplinaria, la rotación es alta.

Raúl Palleros juega en Extra Brut y ya tiene salidas transitorias los fines de semana, cuando trabaja en la cocina de un restaurante. “Hace 6 años y 6 meses que estoy detenido. Hoy estoy en la última etapa antes de la libertad. Tengo 36 años”, revela. Del rugby tenía idea por la televisión. “Siempre me gustó hacer deporte, además acá adentro es un cable a tierra. Cuando empecé a jugar rugby me atrapó, te cambia la mentalidad, renegás menos, hay mucho más respeto”, dice.

A contramano de la visión edulcorada que a veces transmiten ciertos programas de te televisión sobre la cárcel, Palleros cuenta otra cara: “Acá adentro la cosa es bien distinta. Hay situaciones de violencia. Hay programas que muestran la cárcel como si fuera divertido, y la verdad que no hay nada menos divertido que una cárcel”. Él, aparte de trabajar, planea anotarse en la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Luján.

El dominio de Extra Brut sobre el Ceamse es claro. El partido pinta para goleada. No hay roces ni problemas de violencia entre los jugadores. Los familiares aplauden alguna buena jugada, y alientan a los internos. “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes”, canta un grupito.

Termina el encuentro, con triunfo de los detenidos. Como en cualquier partido de rugby, hay “tercer tiempo”, en este caso, con sándwiches de milanesas que ofrece el árbitro, sobre una mesa de cemento como las que están en los campings. Los jugadores de los dos equipos se saludan, algunos se abrazan.

Cotto dice que ahora quiere disfrutar de sus padres. Palleros, por su parte, agradece: “a los dueños del restorán donde trabajo, que  me conocían de antes y me volvieron a contratar, porque sino es muy jodido conseguir laburo cuando salís”. Agrega que tiene mujer, y que ella siempre lo bancó. “Valoro mucho eso, porque he visto a muchos pibes que se quedaron sin familia después de estar acá”. También tiene tres hijos.

Queda poco para que se termine el tiempo libre fuera de los pabellones. Los detenidos comienzan a ponerse los pantalones largos, a guardar los botines, a cambiarse de remera. A los que fueron a verlos sus familiares, se despiden con besos y abrazos. Luego, forman un grupo en dos filas, bolsos al hombro, rodeados por los agentes del Servicio Penitenciario, y regresan por donde vinieron: la calle asfaltada, la granja con los cerdos y patos que cuidan algunos internos, el muro alto a un costado, que tapa las celdas que los recibirán en pocos minutos, cuando salgan de la vista y pasen varios portones metálicos con mirillas…