6.2.12

TU QUERIDA AUSENCIA


“Los médicos me habían dicho que ese deporte para Ernesto era simplemente suicida. Que su corazón no podía aguantarlo. Una vez se lo dije y me contestó: 'Viejo me gusta el rugby y aunque reviente voy a seguir practicando'. Ante tanta insistencia decidí usar otros procedimientos. Mi cuñado Martínez Castro era presidente del SIC y le pedí que sacara a Ernesto del equipo en que jugaba”, escribió hace 60 años Ernesto Guevara Lynch, padre de El Che. Y así parecía terminar el paso de Ernesto Guevara de la Serna por el deporte de la pelota ovalada.


Ese flaco, morocho, que se bañaba poco y andaba siempre desaliñado, caminó por estos senderos en medio del césped. Había pasado sus años de chico y adolescente repartiéndose entre Rosario, Misiones, Córdoba y Buenos Aires. Ya instalada definitivamente su familia en la capital argentina, mientras su padre abría una empresa constructora y después de que esta quebrara, una inmobiliaria, él estudiaba Medicina, leía autores socialmente comprometidos, jugaba al ajedrez…y también al rugby.

Vivía por Barrio Norte y en Palermo, zonas de las más exclusivas de la ciudad de Buenos Aires. Y su primer hogar deportivo porteño fue el San Isidro Club (SIC), por ese entonces un desprendimiento reciente del Club Atlético San Isidro (CASI), pero que ya cosechaba éxitos en el rugby. Su padre, 60 años después, escribió: “ Los médicos me habían dicho que ese deporte para Ernesto era simplemente suicida. Que su corazón no podía aguantarlo. Una vez se lo dije y me contestó: 'Viejo me gusta el rugby y aunque reviente voy a seguir practicando'. Ante tanta insistencia decidí usar otros procedimientos. Mi cuñado Martínez Castro era presidente del SIC y le pedí que sacara a Ernesto del equipo en que jugaba.” Y así parecía terminar el paso de Ernesto Guevara de la Serna por el deporte de la pelota ovalada.

Pero el estudiante de Medicina y enfermo de asma recaló en otro equipo, llamado Yporá Rugby Club, para seguir jugando rugby, en un torneo paralelo al oficial, llamado “Liga Católica”, aunque luego el equipo se afilió al certamen principal. Cada tanto, Guevara debía salir de la cancha para usar el inhalador “Asmopul”, recuperar fuerzas y seguir en el partido. El paso por Yporá resultó fugaz. Y sobre finales de los ’40 llegó al Atalaya Polo Club, fundado en 1942 por vecinos de La Horqueta, una zona residencial de San Isidro.

Este Atalaya que ahora tiene a algunas familias que disfrutan de la pileta, la chica que pasea en bikini negra hiper ajustada con un nene de la mano, cuatro señoras con sombreros Panamá que juegan a las cartas en una mesa colocada a la sombra, un hombre y una mujer de unos 50 años que piden bondiola de cerdo, otro grupo grande de comensales dentro del buffet del club que se quejan del gobierno. ¿Habrá sido siempre así Atalaya? ¿El “Che” compartía espacios y charlas con, quizás, los padres o abuelos de los comensales de la mesa grande, de la chica del bikini, de la pareja de la bondiola?

Es domingo, hace mucho calor, los mosquitos revolotean entre el pasto y las mesas, hay pocos socios en el club, y ninguno muy anciano. Es probable que el calor los haya hecho recluirse en sus casas. Por la web circulan testimonios extraídos de compañeros del “Che” en Atalaya, que dicen que era, más o menos, un buen jugador. Y que tenía mucha fuerza de voluntad. ¿El “Che” a sus 22, 23 años, mientras jugaba el rugby, se habrá tomado unos vinos en esta barra de piedra y madera, que está a metros de acá? El buffet tiene varios estantes con copas, ya oscurecidas por el paso del tiempo y la falta de pulido.

Como su nombre lo indica, Atalaya nació como un club de polo. Pocos años después incorporó al rugby y le siguieron el fútbol, el tenis y el squash. Pero, en sentido contrario, perdió tanto al polo, al vender parte de sus terrenos, como al rugby. Como una rareza, en 1946 se realizó un espectáculo con toros, en el predio. ¿Habrá sido la clásica corrida en la que un hombre, centro de la escena, hace alarde de su arte de cómo desangrar a un animal?

En uno de los salones del buffet, las paredes están cubiertas de fotos: están algunos equipos del campeonato de fútbol interno, otros de polo y varios de rugby, con la camiseta marrón y amarilla a cuadros. No se ve en las fotos al “Che” Guevara ni tampoco hay cartel o placa que recuerde que en este mismo lugar, en este mismo club, pasó su tiempo uno de los revolucionarios más importantes de la historia.

Tiene cierta lógica. No debe ser un orgullo para algunos socios de este club sanisidrense que “el” guerrillero máximo haya sido socio y jugador de la institución. Ya en 1950, Guevara comenzó con sus viajes por el resto de Argentina y por América Latina, mientras creaba una revista dedicada al rugby, Tackle, donde firmaba notas con el seudónimo “Chang-cho”. Su etapa de deportista se desvanecía y empezaba, a de a poco, la otra, la conocida.

La política siempre, de un modo u otro, atravesó a Atalaya. En 1953, cuando el gobierno de aquel entonces intervino el Club Universitario de Buenos Aires (CUBA), este tuvo que dejar de jugar los torneos oficiales de rugby, por lo que sus principales jugadores fueron a Atalaya, que, con ese refuerzo, pudo subir a la primera división.

Hace pocos meses, el candidato presidencial por el peronismo conservador, Eduardo Duhalde, hizo una reunión política en el Atalaya, junto a ex futbolistas y ex rugbiers. Allí disfrutaron de un asado y de partidos de tenis, montados para entregarle material a la prensa. ¿Habrán sido atendidos por la misma chica de pelo lacio largo y castaño, que se confunde de platos, se ríe nerviosa, dice que ya no hay lechuga y que la disculpe por la demora?

El buffet del Atalaya se publicita como “restó”, término muy a la moda que parece sugerir algo más fino que aquella palabra, más asociada a lo vulgar. Lo esencial no cambia: es el lugar donde los socios comen, por precios relativamente accesibles, rodeados de fotos de ex jugadores, del escudo del club y del acta fundacional de 1942. Aquí, a mediados de los ’80 se filmó una publicidad de “Paso de los toros”, esa del slogan “Arrolla la sed”…

Llama la atención en Atalaya, aparte de la ausencia de cualquier alusión al Che, que, mientras el “restó” se promociona por la red, el club tiene la puerta cerrada. Un portón metálico gris, que tapa la visión hacia el interior, es la “entrada” al club. De por sí llegar a esta parte de La Horqueta no es fácil, entre calles angostas que se cortan, o que serpentean entre árboles y monolitos. Hay que tocar timbre para anunciarse, y ahí sí, el portón metálico se abre y uno puede ingresar a Atalaya. Por si hiciera falta, un cartelito indica que el club, más que eso “es una quinta”.

Fuente: El otro rugby