11.1.11

TEATRO EN CÁRCELES: EL ARTE COMO UNA HERRAMIENTA QUE DERRIBA MUROS

Desde hace dos años, la iniciativa impulsada por las actrices Carolina Iannuzi y Mercedes Ferreria recorre unidades penitenciarias bonaerenses como una herramienta de liberación y espacio de resistencia. Tras su paso por la Unidad 19 de Ezeiza, ahora el proyecto se trasladó al Complejo Penitenciario de San Martín. Allí, el taller es la única actividad de esparcimiento y formación que poseen las mujeres presas. Delia, Natalia, Hebe y Celeste son algunas de las que se animan a soltar su creatividad para encontrarle una vuelta a su realidad cotidiana, mientras cumplen su condena con la meta de volver a pisar la calle y reencontrarse finalmente con su familia.

(Por Adrián Pérez / Agencia NAN) ¿Quién no soñó alguna vez con la posibilidad de trasladarse, por un instante, a mundos oníricos paralelos? Pocas son las propuestas que logran que dejemos de ser lo que somos para encarnar personajes, situaciones y contextos diferentes. Si existe una herramienta que lo vuelve posible -incluso, evadiendo el encierro- es precisamente la imaginación. Desde hace dos años, las actrices Carolina Iannuzi y Mercedes Ferreria ofrecen un taller de teatro, junto con las internas de la Unidad Penitenciaria 46 de San Martín, utilizando la impronta del teatro comunitario como espacio de resistencia y transformación social. Después de un primer acercamiento a instituciones de encierro, con hombres privados de su libertad en la Unidad 19 de Ezeiza que gozaban de salidas transitorias, el proyecto se trasladó, en abril de 2009, al Complejo Penitenciario de San Martín (allí mismo se rodó Leonera, de Pablo Trapero). La experiencia comenzó con mujeres, porque, más allá del teatro, no cuentan con actividades de esparcimiento ni formación.

Iannuzi destaca que la actividad del año pasado fue más completa, aunque tuvieron muchísimas dificultades para trabajar. “No lográbamos que nos dieran un lugar físico en donde hacer el taller. Pasamos por un cuartito que hay al lado del Salón de Usos Múltiples (SUM), por la cancha al aire libre y por la leonera, hasta que nos dieron una oficina y ahí nos quedamos. Este año el penal ya tiene escuela, así que ahora usamos un aula”, explica. El proyecto forma parte de un voluntariado, donde la capellanía paga los viáticos y acepta su condición de no religiosas. La idea es que, además de actuar, las chicas sean espectadoras y los artistas acerquen sus creaciones a espacios donde las manifestaciones artísticas no son habituales.

En 2010, el elenco “Intrusas cotidianas” montó la pieza Una noche con Dody Choty. La niña Loli (Hebe) está a pocos días de cumplir 15 años y su madre (Celeste) quiere complacer todos sus caprichos. En la víspera de su cumpleaños, la agasajada tiene un pedido especial: quiere que Daddy Yankee cante en su fiesta. Como la empresa es de difícil resolución, sus tías (María, Delia y Natalia) buscan la manera de satisfacer el pedido de Loli. La Agencia NAN compartió una tarde con el colectivo de teatro y las mujeres que se encuentran privadas de su libertad en la Unidad 46. Aquí sus historias, motivaciones y sueños.

Delia

Por nada del mundo deja de caracterizarse como la tía Dorothy, su personaje en la obra. Mientras se pinta las uñas, y Analía le plancha el pelo, la mujer de 53 años confiesa que hacer teatro la ayudó a crecer. A las chicas de otros pabellones les recomienda actuar porque “sirve espiritual y mentalmente”. “Les digo que se animen para que salgan a hacerlo como yo lo logré”, dice. De fondo, en un DVD, suena “Like a virgin” de Madonna. “No siento que tenga que hacer reír a todos -admite-. Cuando me presentan, me siento importante porque muestro mi crecimiento.” Y se encarga de enfatizar que todas son “personas de carne y hueso” que cometieron un error en la vida. “Acá estamos pagando”, reconoce. El almanaque ha pasado para ella y sus compañeras. Hace tres años y siete meses que se encuentra privada de su libertad, y si bien cumple condena el 23 de mayo de 2011, Dios le avisó que su salida no está lejos. “Mi tiempo se cumplió y pienso irme pronto”, dice. Ya le propusieron un trabajo de limpieza para cuando abandone la cárcel. Y sostienen que en su vida debe hacer “un cambio grande”. En La Matanza la esperan seis hijos y diez nietos. “Sé que en la calle está todo mal y no quiero volver a lo mismo que hacía antes, la lección está aprendida”, admite con una sonrisa franca y abierta.

Hebe


Mientras Analía termina de peinarla, Delia la llama para dar testimonio. Su personaje en la obra es el de La niña Loli. Hebe se incorporó al taller de teatro este año y no disimula el nerviosismo que le genera el estreno. Sin embargo, destaca la importancia de participar en la obra y compartirla “con personas de afuera que nos dan la oportunidad de vivir un momento lindo y dar todo de nosotras”. Tiene 27 años pero parece más chica. El domingo su familia llega desde Mar del Plata -su ciudad de origen- junto a sus dos hijos para visitarla en la cárcel. Lamenta que no estén para verla actuar. Hace seis años y cuatro meses que se encuentra detenida. El 2 de marzo de 2011 volverá a estar en libertad. “Cuando salís de acá no sabés qué es lo que vas a hacer, pero sé que tengo dos hijos y por ellos me preparé en lo que pude para seguir adelante”, menciona cuando se le pregunta sobre sus planes a futuro. Cada tanto, cuando la trasladan al juzgado marplatense puede ver el mar. ¿Qué sentís cuando escuchás que se habla de la cárcel en forma despectiva?”, pregunta este cronista. “Mucha gente nos discrimina y se olvida que tal vez les pueda pasarle a ellos mismos. Nadie está a salvo de nada, ni sabemos qué puede pasar el día de mañana para llegar hasta acá”. Emocionada por el estreno, Hebe palpita el comienzo de la función.

Natalia

Es de Beccar y se encuentra en la Unidad 46 casi desde su fundación, en octubre de 2007. Le quedan tres años más en prisión. Es la segunda vez que actúa y confiesa que le hubiera gustado estudiar, tener una carrera el día de mañana. El tiempo para pensar la excede, pero lo único que le queda es hacer teatro, actividad que le permite jugar y le sirve como un “espacio para imaginar” que la saca del encierro. Estar privada de su libertad no socava sus sueños. Natalia anhela terminar la escuela y ser enfermera. Empezar colocando inyecciones o tomando la presión. Sostiene que nadie es malo ni está libre de la prisión. “Cometí un error por consumir las porquerías que venden en la calle, por querer tener más de lo que tenía -acepta-. Pero me lo tengo que ganar por mi misma y hacerlo valer.” Y reflexiona que eso la llevó a perder su familia, su libertad. “Me gustaría cambiar de vida pero la sociedad te discrimina mucho y te juzga”, dice.

Celeste

Tiene 31 años, vive en Lanús y es madre soltera de tres niños. Está detenida en la Unidad 46 desde hace dos años y está a punto de salir en libertad. Se enganchó con el teatro porque no se cruzaba con chicas de otros pabellones, a quienes conocía de antes. El teatro, entonces, funcionó como brújula, como punto de encuentro para intercambiar experiencias. Comenzó a actuar en 2009 y este año decidió participar nuevamente. Actuar la divierte y lo toma como un juego, “un descuelgue que nos ayuda a salir de la rutina y a desconectarnos de todo". Y reconoce que “cuando estás adentro te golpeás mucho”. Aunque siempre trató de ser la misma persona, en el fondo, se siente cambiada.

“A veces un error chiquitito puede terminar con la vida de uno”, dice Celeste. Sus ojos verdes se agigantan a medida que recuerda un episodio que la marcó a fuego. “Nosotros tuvimos un enfrentamiento con la policía y el coche donde íbamos recibió treinta impactos de bala. Estoy hablando con vos porque me protegió Dios.” “Ese error que tuve casi me costó la vida, ahora Dios me dio una segunda oportunidad, que voy a saber valorar”, reconoce. Afuera la esperan dos propuestas laborales: operaria en una fábrica y un trabajo de camarera. Desde que era una niña, su mayor sueño fue ser azafata de avión, pero "por esas cosas de la vida" no pudo seguir estudiando.

Todas son mujeres que llevan marcas visibles en la piel, en la mirada, huellas que se observan a simple vista. Pero también hay de las otras, de las que quedan al desnudo cuando recorren sus vidas y hablan de sus familias o piensan en el día en que regresarán a sus casas. Entonces, las palabras rebotan contra las paredes de concreto, ruedan por los pasillos y saltan las rejas. Por una tarde de verano, el teatro les dio esa libertad tan deseada.