La historia de Luciano Arruga encaja a la perfección en el esquema bosquejado por el juez platense Luis Arias en 2008 cuando argumentaba que sectores de la Bonaerense fogoneaban el reclutamiento de pibes de las barriadas de los márgenes para delinquir “para la corona”. Y no por causalidad, entonces, la familia cuestiona que jamás fue recibida por el gobernador Daniel Scioli.
(Por Silvana Melo y Claudia Rafael / APe).- El barrio 12 de Octubre hace eje en esa esquina. Una pared blanca y la cara de Luciano silueteada en negro. El resto es una escasa manzana que termina en el potrero de arcos deshilachados, a la vuelta. Una cuadra más allá, la estética es otra. Pero en la manzana del 12 de octubre, con los 40 grados de las tres de la tarde, los pibes más chiquitos salpican desde la pelopincho en las veredas apretadas. La cumbia suena como desde las entrañas de las casas. Y la gente trata de respirar con las sillas afuera. Allí donde el calor de enero es intolerable el frío del invierno suele ser tajante también.
La casa es pequeña y Mónica, su mamá, sólo atina a sacar del congelador una botella de agua hecha hielo. El calor abomba los sentidos. Hay una biblioteca y las fotos de Luciano por todos lados. A la derecha, la imagen de Mariano Ferreyra. La Justicia acorralada en un espacio tan pequeño y humilde. Pero tan potente. El mantel del mediodía todavía está en la mesa, con algunos restos del almuerzo. Mario y el chiquitito, debilidad de Luciano, entran y salen todo el tiempo y el ventilador petiso hace lo que puede en medio de tanto día tórrido.
Vanesa Orieta vive a unas cuadras, en un barrio de monobloques cerrado con rejas. La esperan Pablo y su perra Frida, la que la sigue a todos lados desde la desaparición de su hermano. Es menuda, de fragilidad cristalina y sonríe con una profunda calidez. En el camino hacia el 12 de Octubre está la plaza donde lo levantaron a Luciano, el potrero con la red del arco agujereado donde soñaba con ser Francescoli, la casa de familia –con revestimientos de piedra Mar del Plata, una virgen de Luján, cuidada estética de los 70 al frente y aires bucólicos- que se transformó en el destacamento dependiente de la Octava por donde pasó Luciano tantas veces. Refuerzo policial que los vecinos pedían a gritos para resguardarlos de la inseguridad. Y que significó la peor de las inseguridades para un pibe morocho y pobre que no pudo sobrevivir a su profunda honestidad. Paradojas de los tiempos.
Los sueños
Había nacido un 29 de febrero y jugaba con eso: cumplía años muy de vez en cuando y le encantaba decir que era el menor de la familia: en 2008 tenía apenas cuatro años… Fanático de River, quería tener un hijo y nombrarlo Ramón o Enzo; quería ir a la cancha y traerse un pan de tierra con césped del Monumental; quería ver el mar: “no pudo conocerlo. Me decía siempre: ‘vamos a ir vos y yo solos, mamá y voy a descalzarme y a caminar’. Yo lo hice hace muy poco y creo que él lo habrá sentido”; quería tocar la nieve y algo parecido pudo hacer cuando nevó en Matanza; no lo atraía la escuela pero le había prometido a Vanesa que iba a hacer el secundario y le iba a regalar el título a ella. A ella que estudió sociología dos años y después, cuando la calle le puso ante los ojos su brutal pintura, supo que la universidad y la carrera y “la institución” estaban tan divorciadas de la sangre y las paredes.
En esos días de cancha y picadito con amigos Luciano se abstraía del contexto. Se veía lejos, con la camiseta blanca atravesada por ese rojo que –no podía imaginar aún- invadiría su cuerpo en un calabozo atroz y desnudo. Cómo saberse tan hermano de Walter, allá en la 35 después de aquel Obras Sanitarias que pasó al pedestal de dioses y héroes paganos pero que cargó con la muerte eterna del pibe Bulacio. Cómo imaginarse ellos dos coreando juntos Ji ji ji.
Luciano es luz y risa prolongada a pesar de que la historia lo haya puesto de prepo y a la fuerza en el sitial de símbolo: Arruga, desaparecido en democracia. Luciano Arruga, pibe que dijo no y la pagó caro.
Revelaciones
La calle, el barrio, eran territorio cotidiano para él. Como en un caminito de hormigas iba todos los días a la casa de Vanesa. “El chabón siempre tenía buen humor. Yo era más caracúlica y él se lo bancaba. Yo por ahí le decía ‘andá a cagar’ y él nunca se enojaba”, recuerda la hermana.
Las dos, Mónica y Vanesa, fueron las primeras en saber qué estaba pasando. “Primero le contó a mi mamá que había un grupo de personas que hacían negocios turbios con los jóvenes del barrio 12 de octubre. Que la policía cooptaba pibes para mandarlos a robar. A partir de que se niega, empiezan a ponerse muy violentos en la calle con él. Lo paraban constantemente y el 22 de septiembre de 2008 lo detuvieron y tuvimos que ir a la comisaría. Escuchábamos cómo lo golpeaban a Luciano en la cocina de ese destacamento que se inauguró hace tres años por un pedido de más seguridad de los vecinos y no teníamos más herramienta que gritar. A partir de aquel día fue una detención tras otra...”
Los métodos
La historia de Luciano Arruga encaja a la perfección en el esquema bosquejado por el juez platense Luis Arias en 2008 cuando argumentaba que sectores de la Bonaerense fogoneaban el reclutamiento de pibes de las barriadas de los márgenes para delinquir “para la corona”. Y no por causalidad, entonces, la familia cuestiona que jamás fue recibida por el gobernador Daniel Scioli.
Su hermana Vanesa es precisa y contundente: “un policía le ofrece robar, le ofrece armas, vehículo y garantías si caía detenido. Le aclaró que siendo menor de edad iba a salir, pero que se quedara tranquilo porque responderían por él. Le dijeron también que conocían la situación de mi mamá con dos hijos más y que si se prendía, él podía llevar dinero a la casa. La operatoria era tener una persona mayor dentro del barrio, encargada de intermediar entre la cana y los pibes”.
Aquel “no” de Luciano fue clave: “cuando la policía lo veía, se paraban; bajaban con Itaka en mano, lo ponían contra la pared. Le decían que era un negro villero, que tenía los días contados, que se volviera al barrio… Seguramente él sabía mucho más de lo que nos contaba. Vaya uno a saber qué carajo pasaba cuando no estaba con nosotros… Y nosotros subidos a nuestros propios problemas, no nos dimos cuenta de que podía pasar esto… Todas estas casas de mierda con gente que pedía más seguridad, reclamaban ese destacamento para que nos maten a nosotros a balazos. Pero a veces no lo podés creer…”
Intuiciones
Aquel 31 de enero de 2009 arrancó antes de lo previsto para Mónica. Quien sabe qué rara intuición la llevó a buscarlo a las 5 de la mañana cuando normalmente, si salía, volvía a las 7. “Yo ese día tenía una impresión fea. Me empecé a preocupar. A las 7 recorrí el barrio. Fui al destacamento y pregunté si no había un chico NN detenido. Volví a casa. Pregunté a los hermanos. Me fui a la Octava porque pensé que por la calle lo podrían haber detenido. Me mandaron al destacamento. Debo haber ido 4 ó 5 veces. Al mediodía ya estaba desesperada y volví al destacamento, vi a uno de los policías y me dijo ‘está bien, deje que le tome datos’. Yo soy llorona y no me pude contener. El me dijo ‘bueno, dígame cómo es su hijo’. Es morochito, alto, 1.73, flaquito, estaba con remera blanca y azul de Argentina, pantalones grises, zapatillas azules. Yo vi que escribía por escribir y me di vuelta y vi a un policía y le dije ‘dígale, Torales, usted lo conoce. Dígale cómo es mi hijo’.
Mi mamá que es de campo siempre dijo que si alguien no te mira a los ojos, te esconde algo y él no me miraba. Ahí dije algo pasó, algo le hicieron a mi Negro. No había manchas de sangre, no había indicios pero yo supe. De ahí en más, fue apuntar a la policía porque supe que a mi hijo no lo iba a ver más. No me preguntes por qué pero yo supe que iba a ser así. A mi Negro no lo iba a ver más…”.
La causa
“Luciano Arruga desapareció dos veces: cuando nació, porque no tenían baño ni casa. Después volvió a desaparecer en su cuerpo, hace dos años”. El abogado Juan Manuel Combi, uno de los únicos que aceptó hacerse cargo del caso, sobrevuela rasante una infancia terrible de Luciano, de la que apenas quisieron hablar Mónica y Vanesa. Invisibilizado desde el origen, negado por el Derecho, los organismos de derechos humanos, el poder político, los legisladores. Sólo Pablo Pimentel (APDH La Matanza) jugó fichas fuertes por un desaparecido no militante pero sí víctima de las herramientas todopoderosas del Estado. “No lo encontramos con vida, no hay aparición del cuerpo, no tenemos ningún imputado luego de dos años; hemos fracasado”, dice amargamente Combi. Y recuerda que se tardó seis meses en aceptar a la familia como particulares damnificados porque no tenían la partida de nacimiento de Luciano aunque contradictoriamente se les tomaba declaración como testigos en calidad de madre y hermana.
Mientras esperan los resultados de pericias que lograron pedir a partir de la intervención del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) como querellante cuestiona la existencia “de libros adulterados en el destacamento que debería significar sanciones que no existieron”. Y lamenta que “nuestro país no haya zanjado el problema histórico de los desaparecidos. No tiene mecanismos claros para encontrar personas ni tampoco para detener. No hay controles. Se puede enterrar a un NN sin registros”.
Ocho policías “fueron puestos en disponibilidad durante dos meses”. Y “de un día para el otro estaban trabajando en otras comisarías”. A pesar de las promesas del ex ministro Carlos Stornelli ante el propio abogado de la familia.
El infierno
La primera fiscal, Roxana Castelli, como suele suceder aun a pesar de lo que marca la resolución 1390 de la Procuración, se apoyó para investigar en la misma policía denunciada. Con el tiempo, algunos vecinos relatarían (aunque nunca se atrevieron a volcarlo en la causa como testigos) que habían escuchado los gritos de Luciano cuando lo subían por la fuerza a un patrullero; cómo lo habrían querido forzar a “que agarrara algo”. Y otros, cómo luego ya en el destacamento –relató otro pibe también detenido- “estaba muy golpeado y prácticamente muerto”. El periplo continuó en la Octava, viejo centro clandestino de detención durante la dictadura. El mismo por el que alguna vez pasó Héctor Oesterheld, el padre de “El Eternauta”. Y por donde 32 años más tarde torturarían –según el relato de Vanesa- a su hermano Luciano. “Dos testigos lo reconocieron por las fotos. Le preguntaron y él les dijo que lo habían levantado. Uno de ellos le da una remera. Lo cambian de celda. Y ahí empiezan a escuchar una madrugada de golpes a Lu y comentan técnicas de tortura. Al otro día ya no lo ven y uno de ellos tuvo que limpiar el calabozo en que lo tuvieron a mi hermano”.
La causa, cuando se cumplen dos años del secuestro, sigue caratulada como “averiguación de paradero”.
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
(Por Silvana Melo y Claudia Rafael / APe).- El barrio 12 de Octubre hace eje en esa esquina. Una pared blanca y la cara de Luciano silueteada en negro. El resto es una escasa manzana que termina en el potrero de arcos deshilachados, a la vuelta. Una cuadra más allá, la estética es otra. Pero en la manzana del 12 de octubre, con los 40 grados de las tres de la tarde, los pibes más chiquitos salpican desde la pelopincho en las veredas apretadas. La cumbia suena como desde las entrañas de las casas. Y la gente trata de respirar con las sillas afuera. Allí donde el calor de enero es intolerable el frío del invierno suele ser tajante también.
La casa es pequeña y Mónica, su mamá, sólo atina a sacar del congelador una botella de agua hecha hielo. El calor abomba los sentidos. Hay una biblioteca y las fotos de Luciano por todos lados. A la derecha, la imagen de Mariano Ferreyra. La Justicia acorralada en un espacio tan pequeño y humilde. Pero tan potente. El mantel del mediodía todavía está en la mesa, con algunos restos del almuerzo. Mario y el chiquitito, debilidad de Luciano, entran y salen todo el tiempo y el ventilador petiso hace lo que puede en medio de tanto día tórrido.
Vanesa Orieta vive a unas cuadras, en un barrio de monobloques cerrado con rejas. La esperan Pablo y su perra Frida, la que la sigue a todos lados desde la desaparición de su hermano. Es menuda, de fragilidad cristalina y sonríe con una profunda calidez. En el camino hacia el 12 de Octubre está la plaza donde lo levantaron a Luciano, el potrero con la red del arco agujereado donde soñaba con ser Francescoli, la casa de familia –con revestimientos de piedra Mar del Plata, una virgen de Luján, cuidada estética de los 70 al frente y aires bucólicos- que se transformó en el destacamento dependiente de la Octava por donde pasó Luciano tantas veces. Refuerzo policial que los vecinos pedían a gritos para resguardarlos de la inseguridad. Y que significó la peor de las inseguridades para un pibe morocho y pobre que no pudo sobrevivir a su profunda honestidad. Paradojas de los tiempos.
Los sueños
Había nacido un 29 de febrero y jugaba con eso: cumplía años muy de vez en cuando y le encantaba decir que era el menor de la familia: en 2008 tenía apenas cuatro años… Fanático de River, quería tener un hijo y nombrarlo Ramón o Enzo; quería ir a la cancha y traerse un pan de tierra con césped del Monumental; quería ver el mar: “no pudo conocerlo. Me decía siempre: ‘vamos a ir vos y yo solos, mamá y voy a descalzarme y a caminar’. Yo lo hice hace muy poco y creo que él lo habrá sentido”; quería tocar la nieve y algo parecido pudo hacer cuando nevó en Matanza; no lo atraía la escuela pero le había prometido a Vanesa que iba a hacer el secundario y le iba a regalar el título a ella. A ella que estudió sociología dos años y después, cuando la calle le puso ante los ojos su brutal pintura, supo que la universidad y la carrera y “la institución” estaban tan divorciadas de la sangre y las paredes.
En esos días de cancha y picadito con amigos Luciano se abstraía del contexto. Se veía lejos, con la camiseta blanca atravesada por ese rojo que –no podía imaginar aún- invadiría su cuerpo en un calabozo atroz y desnudo. Cómo saberse tan hermano de Walter, allá en la 35 después de aquel Obras Sanitarias que pasó al pedestal de dioses y héroes paganos pero que cargó con la muerte eterna del pibe Bulacio. Cómo imaginarse ellos dos coreando juntos Ji ji ji.
Luciano es luz y risa prolongada a pesar de que la historia lo haya puesto de prepo y a la fuerza en el sitial de símbolo: Arruga, desaparecido en democracia. Luciano Arruga, pibe que dijo no y la pagó caro.
Revelaciones
La calle, el barrio, eran territorio cotidiano para él. Como en un caminito de hormigas iba todos los días a la casa de Vanesa. “El chabón siempre tenía buen humor. Yo era más caracúlica y él se lo bancaba. Yo por ahí le decía ‘andá a cagar’ y él nunca se enojaba”, recuerda la hermana.
Las dos, Mónica y Vanesa, fueron las primeras en saber qué estaba pasando. “Primero le contó a mi mamá que había un grupo de personas que hacían negocios turbios con los jóvenes del barrio 12 de octubre. Que la policía cooptaba pibes para mandarlos a robar. A partir de que se niega, empiezan a ponerse muy violentos en la calle con él. Lo paraban constantemente y el 22 de septiembre de 2008 lo detuvieron y tuvimos que ir a la comisaría. Escuchábamos cómo lo golpeaban a Luciano en la cocina de ese destacamento que se inauguró hace tres años por un pedido de más seguridad de los vecinos y no teníamos más herramienta que gritar. A partir de aquel día fue una detención tras otra...”
Los métodos
La historia de Luciano Arruga encaja a la perfección en el esquema bosquejado por el juez platense Luis Arias en 2008 cuando argumentaba que sectores de la Bonaerense fogoneaban el reclutamiento de pibes de las barriadas de los márgenes para delinquir “para la corona”. Y no por causalidad, entonces, la familia cuestiona que jamás fue recibida por el gobernador Daniel Scioli.
Su hermana Vanesa es precisa y contundente: “un policía le ofrece robar, le ofrece armas, vehículo y garantías si caía detenido. Le aclaró que siendo menor de edad iba a salir, pero que se quedara tranquilo porque responderían por él. Le dijeron también que conocían la situación de mi mamá con dos hijos más y que si se prendía, él podía llevar dinero a la casa. La operatoria era tener una persona mayor dentro del barrio, encargada de intermediar entre la cana y los pibes”.
Aquel “no” de Luciano fue clave: “cuando la policía lo veía, se paraban; bajaban con Itaka en mano, lo ponían contra la pared. Le decían que era un negro villero, que tenía los días contados, que se volviera al barrio… Seguramente él sabía mucho más de lo que nos contaba. Vaya uno a saber qué carajo pasaba cuando no estaba con nosotros… Y nosotros subidos a nuestros propios problemas, no nos dimos cuenta de que podía pasar esto… Todas estas casas de mierda con gente que pedía más seguridad, reclamaban ese destacamento para que nos maten a nosotros a balazos. Pero a veces no lo podés creer…”
Intuiciones
Aquel 31 de enero de 2009 arrancó antes de lo previsto para Mónica. Quien sabe qué rara intuición la llevó a buscarlo a las 5 de la mañana cuando normalmente, si salía, volvía a las 7. “Yo ese día tenía una impresión fea. Me empecé a preocupar. A las 7 recorrí el barrio. Fui al destacamento y pregunté si no había un chico NN detenido. Volví a casa. Pregunté a los hermanos. Me fui a la Octava porque pensé que por la calle lo podrían haber detenido. Me mandaron al destacamento. Debo haber ido 4 ó 5 veces. Al mediodía ya estaba desesperada y volví al destacamento, vi a uno de los policías y me dijo ‘está bien, deje que le tome datos’. Yo soy llorona y no me pude contener. El me dijo ‘bueno, dígame cómo es su hijo’. Es morochito, alto, 1.73, flaquito, estaba con remera blanca y azul de Argentina, pantalones grises, zapatillas azules. Yo vi que escribía por escribir y me di vuelta y vi a un policía y le dije ‘dígale, Torales, usted lo conoce. Dígale cómo es mi hijo’.
Mi mamá que es de campo siempre dijo que si alguien no te mira a los ojos, te esconde algo y él no me miraba. Ahí dije algo pasó, algo le hicieron a mi Negro. No había manchas de sangre, no había indicios pero yo supe. De ahí en más, fue apuntar a la policía porque supe que a mi hijo no lo iba a ver más. No me preguntes por qué pero yo supe que iba a ser así. A mi Negro no lo iba a ver más…”.
La causa
“Luciano Arruga desapareció dos veces: cuando nació, porque no tenían baño ni casa. Después volvió a desaparecer en su cuerpo, hace dos años”. El abogado Juan Manuel Combi, uno de los únicos que aceptó hacerse cargo del caso, sobrevuela rasante una infancia terrible de Luciano, de la que apenas quisieron hablar Mónica y Vanesa. Invisibilizado desde el origen, negado por el Derecho, los organismos de derechos humanos, el poder político, los legisladores. Sólo Pablo Pimentel (APDH La Matanza) jugó fichas fuertes por un desaparecido no militante pero sí víctima de las herramientas todopoderosas del Estado. “No lo encontramos con vida, no hay aparición del cuerpo, no tenemos ningún imputado luego de dos años; hemos fracasado”, dice amargamente Combi. Y recuerda que se tardó seis meses en aceptar a la familia como particulares damnificados porque no tenían la partida de nacimiento de Luciano aunque contradictoriamente se les tomaba declaración como testigos en calidad de madre y hermana.
Mientras esperan los resultados de pericias que lograron pedir a partir de la intervención del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) como querellante cuestiona la existencia “de libros adulterados en el destacamento que debería significar sanciones que no existieron”. Y lamenta que “nuestro país no haya zanjado el problema histórico de los desaparecidos. No tiene mecanismos claros para encontrar personas ni tampoco para detener. No hay controles. Se puede enterrar a un NN sin registros”.
Ocho policías “fueron puestos en disponibilidad durante dos meses”. Y “de un día para el otro estaban trabajando en otras comisarías”. A pesar de las promesas del ex ministro Carlos Stornelli ante el propio abogado de la familia.
El infierno
La primera fiscal, Roxana Castelli, como suele suceder aun a pesar de lo que marca la resolución 1390 de la Procuración, se apoyó para investigar en la misma policía denunciada. Con el tiempo, algunos vecinos relatarían (aunque nunca se atrevieron a volcarlo en la causa como testigos) que habían escuchado los gritos de Luciano cuando lo subían por la fuerza a un patrullero; cómo lo habrían querido forzar a “que agarrara algo”. Y otros, cómo luego ya en el destacamento –relató otro pibe también detenido- “estaba muy golpeado y prácticamente muerto”. El periplo continuó en la Octava, viejo centro clandestino de detención durante la dictadura. El mismo por el que alguna vez pasó Héctor Oesterheld, el padre de “El Eternauta”. Y por donde 32 años más tarde torturarían –según el relato de Vanesa- a su hermano Luciano. “Dos testigos lo reconocieron por las fotos. Le preguntaron y él les dijo que lo habían levantado. Uno de ellos le da una remera. Lo cambian de celda. Y ahí empiezan a escuchar una madrugada de golpes a Lu y comentan técnicas de tortura. Al otro día ya no lo ven y uno de ellos tuvo que limpiar el calabozo en que lo tuvieron a mi hermano”.
La causa, cuando se cumplen dos años del secuestro, sigue caratulada como “averiguación de paradero”.
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo