Juan Pegoraro, director del programa “Plan Fénix” de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y profesor titular de la Cátedra de “Delito y Sociedad”, analiza la educación universitaria en la cárcel y destaca que su función no es resocializar sino reducir los daños que provoca el encierro.
Este Abogado por la Universidad Nacional de Río Cuarto, Mágister en Sociología por la UBA y autor del libro “Las políticas de seguridad ciudadana: Un desafío al pensamiento crítico”, señala que “la cárcel es un lugar abyecto aquí, en Estados Unidos, en Rusia o en China. Realmente es un lugar abyecto. Un lugar de degradación inimaginable. Es un campo de concentración. Porque las relaciones al interior de la cárcel potencian lo peor del ser humano”, en una entrevista realizada por el periodista Javier D'Alessandro y publicada en la Agencia Ciencia Tecnología y Sociedad (CTyS) de la Universidad Nacional de La Matanza.
Pegoraro, que es uno de los impulsores del Centro Universitario de Devoto (CUD), reconoce que ese lugar ya no es igual al que era en 1985, “pero mantiene la idea de que se puede vivir mejor en la cárcel”, y la de “discutir con la sociedad, que quiere encontrar en los delincuentes el chivo expiatorio de todos los males sociales, si es cierto que en la cárcel están, los que producen más daño social y las relaciones sociales más desiguales y crueles”.
- ¿Cómo funcionan la universidad y la cárcel?
- Son lógicas totalmente distintas. La Universidad tiene como eje la educación, capacitación y formación de una persona libre y autónoma a partir del conocimiento. Esa es su función más importante. La cárcel, por el contrario, tiene una lógica de represión e imposición de la voluntad penitenciaria sobre la vida y bienes de un encarcelado. Una relación de dominación y sometimiento brutal.
- ¿Cuál es el fin que persigue la educación universitaria en contextos de encierro?
- Nuestra vocación es tratar que los internos se sientan seres humanos, alumnos y partícipes de un proyecto colectivo de reconocimiento personal. Es un desafío, pero en definitiva es tratar que la vida carcelaria sea más tolerable. Y no quiero hacer ningún romanticismo sobre la cárcel, pero el sufrimiento de estar preso es suficiente como para que la Universidad ofrezca la posibilidad de que personas privadas de su libertad puedan ejercer su derecho a la educación.
- ¿Qué le puede brindar un estudio universitario a alguien que está preso?
- Un momento de sentirse que no está preso, de pensar fuera de los muros reales y simbólicos de la cárcel. La Universidad es como una rendija de aire para un encarcelado.
- ¿Cómo es la experiencia de trabajar en conjunto con el Servicio Penitenciario?
- Es realmente muy difícil. En general, los penitenciarios perciben la formación de los internos como un desafío a su voluntad. Se establece un abismo cultural muy fuerte y aparecen personas que hablan de cosas que otros no entienden, lo que para ellos es un problema.
- Usted fue uno de los impulsores del Centro Universitario de Devoto. ¿Cómo lo ve en la actualidad?
- Hoy día el CUD no es el mismo del 85, pero mantiene la idea de que se puede vivir mejor en la cárcel. Y también mantiene la idea de discutir con la sociedad, que quiere encontrar en los delincuentes el chivo expiatorio de todos los males sociales, si es cierto que en la cárcel están, los que producen más daño social y las relaciones sociales más desiguales y crueles.
- ¿Plantea que la cárcel funciona como algo parecido a una válvula de presión?
- No digo que los presos sean inocentes, pero frente a las quiebras fraudulentas, o a una crisis como la del 2001, el daño social del delito interpersonal es menos extendido y profundo. Sin embargo, aparece como el más dañino, porque, además, es el que genera más miedo, en relación al hecho violento. Cuesta más pensar al delito económico como productor estructural y social de una desigualdad brutal.
- En eso influye la mayor presencia mediática que tiene la inseguridad personal...
- Sí. Y que además es promovida por los medios. Pero por otro lado, la inseguridad social tiene responsables muy difíciles de identificar; los poderosos. Está Puerto Madero, el poder social concentrado, y a 500 metros la villa 31, donde encontrás a los pobres y a los desprotegidos.
- Y también está instalada la idea de que el crimen organizado pasa por las villas…
- Sí, pero no estoy seguro de eso. Los poderosos, los que realmente se enriquecen con el narcotráfico, el tráfico de armas, o la trata de personas no son de la villa. Un negocio como el narcotráfico, que mueve 500 mil millones de dólares al año, ¿cómo va a estar en la villa? El negocio es de los ricos, y la droga se reparte entre los que pueden gastar, no entre los pobres.
- Los pobres toman los residuos…
- Eso es obvio. Pensar de otro modo es casi estúpido, como pensar que la causa de los males sociales son los delincuentes que están en la cárcel. Hay un 20% que se apropia del 45% de los ingresos nacionales y hay otro 20% que no llega al 5%. Esos son los males sociales.
- Es que esa idea de la seguridad personal, por oposición a la idea de la seguridad nacional de los 70, por ejemplo, crece asociada al neoliberalismo…
- Sí, al neoliberalismo y el capitalismo en general, porque esto también ocurre en Estados Unidos. En Nueva York, pegado a Manhattan está el Harlem, que es una villa o algo parecido. La calidad de vida de esa gente es algo espantoso. En Estados Unidos, existen 40 millones de pobres en medio de rascacielos fabulosos, en medio de un mundo “holiwoodense” (sic).
- Y es, además, uno de los países con mayor tasa de encarcelamiento…
- Tiene dos millones y medio de personas presas, y otras tres millones y medio bajo control penal ambulatorio. Es una cifra sideral.
- Volviendo a educación y cárcel, ¿qué reflexión le deja su experiencia en el área?
- Que la educación en la cárcel no tiene nada que ver con la reinserción de un interno. Ayuda en el sentido de reducción de daños. Lo demás es incomprobable. No se si la gente que pasa por el CUD vuelve a cometer delitos, ni me interesa. La universidad no tiene como función reinsertar, reeducar. ¿Cómo se puede reeducar una persona en la cárcel?
- Además, es difícil definir el concepto de reeducación de la ley carcelaria…
- La reeducación penitenciaria, de acuerdo a la Ley 24660, apunta a construir una persona honorable. Es como decir que la educación tiene esa función. La verdad que no tengo idea si eso se logra. Los abogados que defienden a los mayores delincuentes económicos argentinos salen de la UBA. La Universidad no puede garantizar que sus alumnos sean personas de bien. La Universidad educa, y bueno, lo demás, pues quién sabe, no es su función.
- Y en la cárcel con más razón…
- Y en la cárcel con más razón. Porque, además, un interno, que no tiene ni siquiera una hora de clase por día, el resto del tiempo queda sujeto al servicio penitenciario, con todo lo que significa estar encarcelado. La cárcel es un lugar abyecto aquí, en Estados Unidos, en Rusia, o en China. Realmente es un lugar abyecto. Un lugar de degradación inimaginable. Es un campo de concentración. Porque las relaciones al interior de la cárcel potencian lo peor del ser humano.
- Algo demostrado en, por ejemplo, el Experimento de la cárcel de Stanford…
- Sí, es un ejemplo muy claro. Otro caso muy famoso son los Estudios sobre la obediencia, desarrollados por Stanley Milgram, una investigación que nace para tratar de explicar la crueldad humana después de la Segunda Guerra Mundial, la crueldad del holocausto no sólo con los judíos, sino también con los gitanos, con los homosexuales, con las lesbianas. La crueldad del ser humano con los pobres en general.
Este Abogado por la Universidad Nacional de Río Cuarto, Mágister en Sociología por la UBA y autor del libro “Las políticas de seguridad ciudadana: Un desafío al pensamiento crítico”, señala que “la cárcel es un lugar abyecto aquí, en Estados Unidos, en Rusia o en China. Realmente es un lugar abyecto. Un lugar de degradación inimaginable. Es un campo de concentración. Porque las relaciones al interior de la cárcel potencian lo peor del ser humano”, en una entrevista realizada por el periodista Javier D'Alessandro y publicada en la Agencia Ciencia Tecnología y Sociedad (CTyS) de la Universidad Nacional de La Matanza.
Pegoraro, que es uno de los impulsores del Centro Universitario de Devoto (CUD), reconoce que ese lugar ya no es igual al que era en 1985, “pero mantiene la idea de que se puede vivir mejor en la cárcel”, y la de “discutir con la sociedad, que quiere encontrar en los delincuentes el chivo expiatorio de todos los males sociales, si es cierto que en la cárcel están, los que producen más daño social y las relaciones sociales más desiguales y crueles”.
- ¿Cómo funcionan la universidad y la cárcel?
- Son lógicas totalmente distintas. La Universidad tiene como eje la educación, capacitación y formación de una persona libre y autónoma a partir del conocimiento. Esa es su función más importante. La cárcel, por el contrario, tiene una lógica de represión e imposición de la voluntad penitenciaria sobre la vida y bienes de un encarcelado. Una relación de dominación y sometimiento brutal.
- ¿Cuál es el fin que persigue la educación universitaria en contextos de encierro?
- Nuestra vocación es tratar que los internos se sientan seres humanos, alumnos y partícipes de un proyecto colectivo de reconocimiento personal. Es un desafío, pero en definitiva es tratar que la vida carcelaria sea más tolerable. Y no quiero hacer ningún romanticismo sobre la cárcel, pero el sufrimiento de estar preso es suficiente como para que la Universidad ofrezca la posibilidad de que personas privadas de su libertad puedan ejercer su derecho a la educación.
- ¿Qué le puede brindar un estudio universitario a alguien que está preso?
- Un momento de sentirse que no está preso, de pensar fuera de los muros reales y simbólicos de la cárcel. La Universidad es como una rendija de aire para un encarcelado.
- ¿Cómo es la experiencia de trabajar en conjunto con el Servicio Penitenciario?
- Es realmente muy difícil. En general, los penitenciarios perciben la formación de los internos como un desafío a su voluntad. Se establece un abismo cultural muy fuerte y aparecen personas que hablan de cosas que otros no entienden, lo que para ellos es un problema.
- Usted fue uno de los impulsores del Centro Universitario de Devoto. ¿Cómo lo ve en la actualidad?
- Hoy día el CUD no es el mismo del 85, pero mantiene la idea de que se puede vivir mejor en la cárcel. Y también mantiene la idea de discutir con la sociedad, que quiere encontrar en los delincuentes el chivo expiatorio de todos los males sociales, si es cierto que en la cárcel están, los que producen más daño social y las relaciones sociales más desiguales y crueles.
- ¿Plantea que la cárcel funciona como algo parecido a una válvula de presión?
- No digo que los presos sean inocentes, pero frente a las quiebras fraudulentas, o a una crisis como la del 2001, el daño social del delito interpersonal es menos extendido y profundo. Sin embargo, aparece como el más dañino, porque, además, es el que genera más miedo, en relación al hecho violento. Cuesta más pensar al delito económico como productor estructural y social de una desigualdad brutal.
- En eso influye la mayor presencia mediática que tiene la inseguridad personal...
- Sí. Y que además es promovida por los medios. Pero por otro lado, la inseguridad social tiene responsables muy difíciles de identificar; los poderosos. Está Puerto Madero, el poder social concentrado, y a 500 metros la villa 31, donde encontrás a los pobres y a los desprotegidos.
- Y también está instalada la idea de que el crimen organizado pasa por las villas…
- Sí, pero no estoy seguro de eso. Los poderosos, los que realmente se enriquecen con el narcotráfico, el tráfico de armas, o la trata de personas no son de la villa. Un negocio como el narcotráfico, que mueve 500 mil millones de dólares al año, ¿cómo va a estar en la villa? El negocio es de los ricos, y la droga se reparte entre los que pueden gastar, no entre los pobres.
- Los pobres toman los residuos…
- Eso es obvio. Pensar de otro modo es casi estúpido, como pensar que la causa de los males sociales son los delincuentes que están en la cárcel. Hay un 20% que se apropia del 45% de los ingresos nacionales y hay otro 20% que no llega al 5%. Esos son los males sociales.
- Es que esa idea de la seguridad personal, por oposición a la idea de la seguridad nacional de los 70, por ejemplo, crece asociada al neoliberalismo…
- Sí, al neoliberalismo y el capitalismo en general, porque esto también ocurre en Estados Unidos. En Nueva York, pegado a Manhattan está el Harlem, que es una villa o algo parecido. La calidad de vida de esa gente es algo espantoso. En Estados Unidos, existen 40 millones de pobres en medio de rascacielos fabulosos, en medio de un mundo “holiwoodense” (sic).
- Y es, además, uno de los países con mayor tasa de encarcelamiento…
- Tiene dos millones y medio de personas presas, y otras tres millones y medio bajo control penal ambulatorio. Es una cifra sideral.
- Volviendo a educación y cárcel, ¿qué reflexión le deja su experiencia en el área?
- Que la educación en la cárcel no tiene nada que ver con la reinserción de un interno. Ayuda en el sentido de reducción de daños. Lo demás es incomprobable. No se si la gente que pasa por el CUD vuelve a cometer delitos, ni me interesa. La universidad no tiene como función reinsertar, reeducar. ¿Cómo se puede reeducar una persona en la cárcel?
- Además, es difícil definir el concepto de reeducación de la ley carcelaria…
- La reeducación penitenciaria, de acuerdo a la Ley 24660, apunta a construir una persona honorable. Es como decir que la educación tiene esa función. La verdad que no tengo idea si eso se logra. Los abogados que defienden a los mayores delincuentes económicos argentinos salen de la UBA. La Universidad no puede garantizar que sus alumnos sean personas de bien. La Universidad educa, y bueno, lo demás, pues quién sabe, no es su función.
- Y en la cárcel con más razón…
- Y en la cárcel con más razón. Porque, además, un interno, que no tiene ni siquiera una hora de clase por día, el resto del tiempo queda sujeto al servicio penitenciario, con todo lo que significa estar encarcelado. La cárcel es un lugar abyecto aquí, en Estados Unidos, en Rusia, o en China. Realmente es un lugar abyecto. Un lugar de degradación inimaginable. Es un campo de concentración. Porque las relaciones al interior de la cárcel potencian lo peor del ser humano.
- Algo demostrado en, por ejemplo, el Experimento de la cárcel de Stanford…
- Sí, es un ejemplo muy claro. Otro caso muy famoso son los Estudios sobre la obediencia, desarrollados por Stanley Milgram, una investigación que nace para tratar de explicar la crueldad humana después de la Segunda Guerra Mundial, la crueldad del holocausto no sólo con los judíos, sino también con los gitanos, con los homosexuales, con las lesbianas. La crueldad del ser humano con los pobres en general.