7.11.11

ORGULLOSAS Y ORGULLOSOS SUB-18

Alan tiene 16 años, va al colegio secundario y trabaja. Mica tiene 15 años, también estudia y hace poco comenzó a trabajar. Hasta aquí, adolescentes. La única diferencia con sus amigas y amigos es que se asumen y nombran “diferentes”. “No sé si soy gay o bisexual pero estoy seguro de que no soy hetero”, afirma Alan. A Mica no le sorprendió enamorarse de Anita, su amiga y compañera de colegio, lo que la sorprendió fue la reacción de su círculo de amigas, y lo que le sigue sorprendiendo es que las y los progenitores rechacen a hijas e hijos si no son heterosexuales. Mientras se preparan para su primera Marcha del Orgullo LGBT (que se realizó el sábado 5 de noviembre en Buenos Aires), cuentan qué pasa en la escuela con “lo diferente”.

Puto

“Desde que me levantaba hasta que me iba a dormir por lo menos una persona me lo decía. Podía ser mi hermano, mi papá, alguien en el colegio, en la calle, en la plaza, otra vez en casa. Una vez en medio de una discusión con mi viejo engrané y a su grito de ‘¡Puto!’ le respondí ‘¡Heterosexual!’. Se quedó mudo y dejó de usar esa palabra como insulto”, cuenta riéndose Alan. Admite que antes le molestaba y hasta le angustiaba que se refirieran a él de ese modo, pero hoy, mientras planea con entusiasmo su primera Marcha del Orgullo, siente que algo ha cambiado para él y su entorno. “Mi viejo ya no me molesta, a mi hermano a veces se le escapa cuando peleamos, si me dicen algo en la calle ya no me importa, pero en el colegio algo cambió. No soy el único, no me callo (ahora digo “Sí, ¿y? ¿algún problema?”), y las y los profes intervienen. Y yo estoy mejor: sé que soy una persona antes que gay o bisexual”.

Alan había ingresado a un colegio de orientación técnica por insistencia familiar, para que “saliera de la escuela con un oficio”. Allí comenzó a sufrir el hostigamiento de sus compañeros varones. “En la clase siempre había algún cruce, alguien que me gastaba, pero lo peor era el recreo, ir al baño o la clase de gimnasia”. Alan resume el paso por la técnica y el cambio a otra escuela en una frase: “Tenía miedo de terminar muerto o violado en el baño, así que hablé con mi familia y pedí el pase a otro colegio”. Las excelentes calificaciones ayudaron a agilizar los trámites aunque la institución de origen nunca reconoció que los episodios de violencia fueran un caso de bullying. “Según la escuela, lo que pasaba era normal, cosa de chicos, porque soy ‘el raro’ al que le gusta pintarse los ojos y las uñas; el problema era mío y yo tenía que aprender a defenderme y adaptarme. Ni yo ni mis viejos sabíamos qué era el bullying hasta que encontré un artículo en Internet. Cuando fui con la definición a pedir mi pase me lo dieron enseguida”, relata con satisfacción.

¿Qué es el bullying?

“No todo maltrato es bullying”, me educa Alan. Según el equipo Bullying Cero Argentina, tiene que darse una serie de condiciones para que hablemos de bullying: la presencia de una víctima, casi siempre indefensa y objeto de ataques reiterados de parte de una/un o varias/os compañeras/os; desigualdad de poder, ya que siempre hay alguien “fuerte” que se impone a alguien “débil”, y la repetición del acto agresivo durante un tiempo largo y de forma reiterada. “Eso era lo que me pasaba a mí y, encima, en el colegio no me lo creían”, afirma.

- ¿Y cuál es, en tu opinión, el germen del bullying?

- Yo creo que es la discriminación, ¿no? Y el machismo también.

Si el machismo fuera otra fuente donde abreva la violencia, esto quizás explicaría que la homosexualidad masculina fuera menos tolerada que la femenina. Al respecto, Sergio Balardini, coordinador del programa de estudios sobre juventud de FLACSO, explica que “en algunos sectores sociales, tal vez, porque se halla asociada a una cierta estética de moda legitimada, la homosexualidad femenina es mucho más aceptada que la masculina, siempre asociada a una imagen grotesca y vapuleada”.

“Si la discriminación nos parece algo natural, quien te agrede no va a dejar de hacerlo”, reflexiona Alan. “Las y los adultos a veces te dicen ‘Bueno, pero siempre hubo gastadas en el colegio por ser gordo, narigón o chueco, bancatelá’, y la verdad es que no me importa si eso pasaba en el siglo pasado, no está bueno”. Flavia Sinigagliesi, médica pediatra, especialista en trastornos del desarrollo y miembro del equipo Bullying Cero Argentina, coincide con el adolescente: “La sociedad adhiere más al hostigador que al hostigado. Nos reímos de cómo cargan a otro; es un modelo social. Sólo las y los adultos podemos parar el bullying”.

Le pregunto a Alan:

- ¿Y qué te parece que podemos hacer los adultos para modificar esas situaciones?

- Yo necesitaba que me creyeran, que entendieran que lo que me hacían mis compañeros estaba mal, que alguien en mi familia se pusiera de mi lado y no me pidiera que me hiciera hombre a los golpes, como me decía el profesor de gimnasia. No creo que los hombres se hagan así.

En términos institucionales, la psicóloga social Liliana Bearzi propone crear espacios escolares en los que no sólo se acepten las diferencias sino que también se respeten, y propiciar condiciones para que chicas y chicos no tengan la necesidad de agredir al otro para “sentirse bien”. Para Alan es más sencillo: “El bullying no tiene que ver con que haya gays, bisexuales o heterosexuales en la clase o en otro lado; tenemos que respetarnos porque somos personas y tenemos los mismos derechos y, si tenemos los mismos derechos, entonces yo no tengo por qué cambiar mi manera de hablar ni de vestirme para que alguien me acepte, no tengo por qué esconder quién soy. Soy una persona igual a cualquier otra. En la escuela espero que sean primero las y los adultos quienes me respeten y ahora, en esta escuela, la cosa es así. Y cuando las y los adultos te respetan, si enseñan el respeto con su ejemplo, nadie te agrede”.

Esto último que dice Alan puede relacionarse con una nota que escribió Valeria Flores en agosto de este año en el suplemento SOY, a propósito de todas las identidades existentes y su “inclusión” en la escuela: “(…) parte de estas identidades ya estamos allí, incluidas como estudiantes, docentes, auxiliares de servicio, familias. Incluidas bajo la lógica heteronormativa escolar, que produce nuestro silenciamiento, borramiento o, incluso, nuestra visibilidad en términos de “caso”, “excepción”, “problema”, “anomalía”, “error” o de una “ausencia presente”, nunca como alguien que está autorizado a formar parte de la cotidianidad”. Entender la diversidad sexual como parte de la cotidianeidad de las instituciones es una deuda pendiente para garantizar los derechos humanos de todas y todos. Y la tolerancia es enemiga de ese respeto, porque nada bueno puede “hacerse a la fuerza”.

Amigas y novias

Mica tiene 15 años y, como muchas chicas, tuvo su fiesta de cumpleaños con invitación, salón y vestido largo. “Bailé el vals con papá, con mis hermanos y después con Anita, pero fue un toque raro para mis cuñadas y tías ver que cuando terminamos de bailar le di un beso a ella. Pensaron que era un chiste, pero cuando vieron que con Anita nos agarrábamos de la mano o yo le acomodaba el pelo se dieron cuenta de que es más que mi mejor amiga –que lo es–, que es mi novia. Bah, supongo”. Le pregunto si esa noche tan importante en su vida (“la más linda de mi vida”, escribió en su Facebook) fue, a su manera, un coming out familiar. “No, si alguna vez hubiera ocultado algo, sí, pero cuando empecé a salir con Anita lo primero que hice fue contárselo a papá. El ya la conocía porque somos amigas desde que empezamos la secundaria”. Mica dice que siempre sintió que es la más protegida de su familia y que es, de sus hermanos –todos mayores que ella–, la que está más unida a su papá. “Mi mamá murió en el parto en el que yo nací, capaz que es por eso. A mi viejo lo adoro y él a mí, siempre estuvo en todos los momentos de mi vida así que ni se me pasó por la cabeza no contarle que me había enamorado de Anita. Nunca pensé que él se iba a oponer o que se iba a enojar porque siempre dijo que lo más importante es que yo sea feliz; con mis hermanos es igual”.

Gracias a esta seguridad que su familia le proporcionó, Mica dice que pudo hacer frente sin problemas a la reacción de su grupo de amigas del colegio. “Éramos cinco chicas que nos conocíamos desde la primaria, Anita entró al grupo en la secundaria. Cuando nos dimos cuenta de que nos amábamos se lo contamos a ellas primero. ¡Y pusieron unas caras! Dejaron de juntarse con nosotras para estudiar, nos ignoraban en el recreo, hasta que ya no hablamos más. No importa; ahora también en la  escuela tenemos amigas y amigos nuevos”, dice confiada y feliz. Mabel Bellucci, activista feminista dedicada al estudio de comunidades homosexuales, reafirma la última parte del testimonio de Mica. “Ciertos escenarios son más permisivos que otros para poner en discusión a la cultura hegemónica heterosexual. Distinto a lo que ocurre en otros ámbitos sociales, la escuela, desde hace tres o cuatro años, se ha convertido en albergue de chicas que se asumen como lesbianas desde muy jovencitas”, asegura.

“¡Entonces que no se bese nadie!”

Lo que a Mica todavía le causa gracia es algo que “estuvo a punto de pasar en el colegio. Tenemos profesoras y profesores muy copados pero hay algunos dinosaurios. Y uno de estos dinosaurios nos vio dándonos un pico, nada del otro mundo ¿eh?, lo mismo que hacen otras parejas. Entonces planteó que ‘Ningún problema con las lesbianas pero que no se besen’ y nuestras compañeras y compañeros contestaron con un ‘¡Entonces que no se bese nadie!’. Sonó tan ridículo que no pasó nada y nos podemos besar todos”. Balardini aporta las razones por las que no se prohibieron los besos en el colegio al que asiste Mica: “Se observa en los jóvenes una mayor tolerancia, o bien un sincero respeto por quienes eligen o practican opciones sexuales no hegemónicas. En sectores medios, vemos una mayor actitud de apertura por parte de jóvenes que de adultos. Por otra parte, no hay que olvidar que estamos en presencia de una segunda revolución sexual que le reconoce a la mujer una mayor libertad para manejar su cuerpo y para ganar en goce”.

“Nunca me sentí rara, son los demás los que dicen que soy rara y que papá es raro porque es raro que tus viejos acepten que sos lesbiana. A mí lo de mi papá me parece lo más normal y lógico del mundo; lo que me sorprende son las madres y los padres que rechazan a sus hijas e hijos porque son homosexuales”, explica Mica sin olvidar que su experiencia no es la misma que la de chicas y chicos que no responden al modelo del adolescente heterosexual. “Sé que no todos tienen una familia como la mía ni están en un colegio como el mío donde, cuando pasó lo de los besos, saltaron a defendernos nuestras compañeras y compañeros y profesoras y profesores. Por eso voy a ir a la Marcha, por lo que tenemos que hacer. Orgullosa estuve siempre porque me hicieron sentir única y especial desde que nací, pero nadie debería andar explicando tanto sobre su vida como si una tuviera que justificarse; a los heterosexuales nadie les pregunta cómo tomaron sus padres la noticia de su heterosexualidad, ¿no?”, replica la adolescente que, como Alan, elige la grieta de los derechos ciudadanos y el reclamo de igualdad para articular su experiencia personal con la escuela y el afuera.

Fuente: Artemisa Joven