19.11.11

MORIR POR LA TIERRA

Cuando el sicario golpeó la puerta de la casa de su amigo, Cristian Ferreyra supo que había que resistir. Que venían por él, por su compañera Beatriz, por su niño. Por la tierra que ocupan, que construyen, que aman. Por la tierra que quiso ser suya y apropiarlo a él, a su sangre que la regó el miércoles de tarde, y se le llevó la vida a los 25. Cuando recién empieza.

Los campesinos resisten como Cristian y saben que la muerte ronda y no tiene escrúpulos. En la comunidad de San Antonio, a 60 kilómetros de Monte Quemado, todo el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) conoce a los invasores.

Como hace quinientos años entran a sangre y fuego. A quedarse con las tierras que no les pertenecen. Con ejércitos propios de sicarios y patoteros, con armas de fuego y prepotencia de poder.

El 75% de los campesinos santiagueños no tienen títulos de propiedad de la tierrita en la que viven y cultivan su modesto porvenir. Un mañana deshilachado pero propio, donde hacer nacer a sus hijos y donde caerse muerto cuando llega la hora. Tierras que fueron de sus padres y sus abuelos.

Pero que “los Julianes, los Ciccioli, los Villa y los Saud” -enumera el MOCASE a los conquistadores del tercer milenio, los que llegan sudando la fiebre sojera-, apropian a golpe de saqueo, violencia y sangre. Como la sangre de Cristian Ferreyra, muerto el miércoles de tarde mientras su compañera llamaba a una ambulancia que no llegó. Y su niño en pucheros sin comprender la amenaza de muerte sobre su infancia angelita, chiquita, de dos años apuntados por el terror.

“Son los mismos que han diseñado el plan de ataque que vienen sufriendo los campesinos indígenas en los departamentos Copo, Pellegrini y Alberdi desde hace 4 meses de forma sistemática. Unos ejemplos son la detención arbitraria de Ricardo Cuellar, el atentado a la Radio FM Pajsachama, la quema de ranchos y pertenencias de campesinos de la CCCOPAL” explican desde el MOCASE.

El gobierno de Santiago no sabe ni contesta. Es responsable por omisión y por autorización. La dirección provincial de Bosque, aseguran, autorizó el desmonte donde viven las familias campesinas indígenas de varias generaciones.

El desmonte es el deguello de la naturaleza. De la cultura de siglos. Es un tajo fatal en las vidas serenas que siembran y pastorean en su tierra pequeña, ancestral, suya por propia historia y raíz.

El desmonte es la puerta abierta a los monstruos. A los conquistadores voraces del tercer milenio. A la soja trans que se devora todo. Se devora la tierra nutriente y la vida que resiste. Como la de Cristian.

Fuente: Agencia Pelota de Trapo