En una cultura donde predomina la imagen y el avance de la tecnología es insoslayable que el problema en relación a las personas con discapacidades visuales no reside en la discapacidad sino en la toma de conciencia por parte de la sociedad acerca de la accesibilidad. Así lo plantean investigadoras docentes de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), quienes dictan un curso de Braille donde se aborda el acceso y la difusión de la tiflotecnología como vía de integración social.
¿Cómo hacen las personas ciegas o con discapacidades visuales para usar una computadora, disfrutar una película en el cine o leer mensajes de texto en sus celulares? Los avances de la tecnología, aunque esté basada en el despliegue de imágenes, permiten pensar en la actualidad en una mayor accesibilidad.
El logro de esta accesibilidad por parte de las personas ciegas a la lectura o a la información que circula a través de la web, en la calle, en una reunión social, en un celular, un diario, un documental, es el planteo de docentes de la UNQ, quienes a partir de un proyecto de integración tratan de brindar las herramientas para el acceso a la información y, por lo tanto, a la equidad social.
“En una cultura predominantemente visual como la occidental, la ceguera excluye al individuo del 85 por ciento de la información diaria”, explica a InfoUniversidades Graciela Sedó, directora del proyecto. Sedó sabe de las dificultades de moverse en un mundo que no está pensado para personas con discapacidades visuales porque a los ochos años comenzó a perder la vista. Es profesora en educación especial orientada en discapacidad visual, al igual que María José Schipani, con quien enseña el Braille.
Las docentes dictan el curso de extensión universitaria “Introducción al estudio del Código Braille integral y su implicancia en la vida de las personas ciegas”. En él se aprende el alfabeto Braille y los signos de puntuación y expresión, pero, además del alfabeto, se aborda la temática de la discapacidad visual, el sustento filosófico, las nuevas tendencias, los mitos, la tecnología. Es de nivel inicial porque aprender todo el sistema lleva cuatro años, explica el informe realizado por Leticia Spinelli y Erica Lanfranchi.
El problema no radica en la discapacidad, sino en la toma de conciencia sobre las adaptaciones necesarias para que las personas ciegas asistan a una clase y tengan el material adecuado, entren a un cine y dispongan de los auriculares para escuchar las audiodescripciones, obtengan el software que les verbalice el menú que se despliega en los celulares, o encuentren cartas y juegos marcados en Braille para poder divertirse, estudiar, trabajar y comunicarse.
La audiodescripción, indica Sedó, se trata de “una voz en off que describe las escenas de la película, a las que no les pone emoción. Por ejemplo, la voz dice: se miran. A ella se le cae una lágrima. Él se la seca con la yema de los dedos…”. Eso ayuda a las personas que no ven a tener la información necesaria para imaginar la escena. Este recurso, como otros desarrollos tecnológicos, ofrece importantes posibilidades de adaptación y, en consecuencia, de integración. La ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles) define a la tiflotecnología como el conjunto de técnicas, conocimientos y recursos aplicados al mundo de los ciegos y deficientes visuales para la correcta utilización de la tecnología, con el fin de favorecer su autonomía personal y plena integración social, laboral y educativa.
La adaptación más lógica es que en vez de mirar uno pueda escuchar. Existen algunos programas mediante los cuales las pantallas son verbalizadas. Por ejemplo, a los teléfonos celulares se les carga un programa que los hace parlantes. Así, las personas ciegas o con disminución visual pueden acceder a los contactos, leer o escribir un mensaje de texto o desplegar y reconocer el menú de aplicaciones disponibles. Hay también un software específico para verbalizar información de una pantalla de computadora, los correos electrónicos o las funciones que se despliegan del Word u otros programas. “Lo único que las personas ciegas no pueden hacer es leer un archivo jpg, porque es imagen y no hay posibilidad de traducirlo a texto con esos programas”, señala Schipani.
También hay sitios web que cuentan con la opción de aumentar el tamaño de las letras, ascensores que “dicen” en qué piso se encuentran, menúes de restaurantes en Braille y calculadoras científicas con respuesta oral sobre todas las pulsaciones del teclado que permiten oír el contenido de la visualización.
“El diez por ciento de la población mundial tiene una discapacidad (mental, sensorial o motora) y de ese porcentaje un mínimo es discapacitada visual”, señala Sedó. Pero el mundo es en imágenes, aunque esa minoría no pueda percibirlo; se ve y es a todo color. “La información sobre las imágenes y el color existe en el mundo y la persona ciega tiene derecho a conocerla”, sostiene la docente.
“Una persona ciega de nacimiento no va a poder pensar qué es un color, pero lo que sí debe -y es obligación de la familia y los educadores hacerlo- es ser informada acerca de esta temática. Es una información que tiene que saber para moverse en el mundo, para desenvolverse con fluidez en un mundo visual. No hay que agregarle discapacidades ni ponerlo en desventaja”, explica Sedó y cuenta que un chico de cinco años que simpatizaba con el club de fútbol Boca Juniors descubrió un día, en el jardín de infantes, el engaño que lo dejó perplejo: su mochila tenía el escudo de Independiente. “La respuesta de la familia suele ser la misma: como él no ve no se da cuenta”, dice Sedó.
Este hecho que ocurre cotidianamente sirve para pensar que las limitaciones no están en la propia discapacidad, sino en la accesibilidad y, en este caso, en el acceso a la información. Una persona no puede ignorar cuál es el color de su pelo o el de la ropa que lleva puesta, aunque no pueda ver los colores. “Esto es discriminarlo y aprovecharse de su discapacidad. No podrá saber el color pero la información que le brindamos es significativa para moverse más ajustada y naturalmente al mundo que lo rodea”, concluye Sedó.
Aprender Braille
El curso que brindan las docentes en la Universidad pueden tomarlo personas con o sin discapacidades visuales. “Hay terapistas ocupacionales, médicos, enfermeros, psicólogos, docentes que vienen a aprender Braille porque comprenden que es una herramienta necesaria para comunicarse con los otros”, comenta Schipani.
Además de la UNQ, hay una sola institución que enseña Braille. Se aprende sólo en los profesorados y escuelas especiales. Abrirlo a la comunidad es un desafío para la Universidad, que apunta a garantizar la accesibilidad y la inserción al mundo académico de las personas con discapacidades. El curso de Código Braille es gratuito para alumnos de las Licenciaturas en Educación, Comunicación Social y Terapia Ocupacional de la UNQ.
¿Cómo hacen las personas ciegas o con discapacidades visuales para usar una computadora, disfrutar una película en el cine o leer mensajes de texto en sus celulares? Los avances de la tecnología, aunque esté basada en el despliegue de imágenes, permiten pensar en la actualidad en una mayor accesibilidad.
El logro de esta accesibilidad por parte de las personas ciegas a la lectura o a la información que circula a través de la web, en la calle, en una reunión social, en un celular, un diario, un documental, es el planteo de docentes de la UNQ, quienes a partir de un proyecto de integración tratan de brindar las herramientas para el acceso a la información y, por lo tanto, a la equidad social.
“En una cultura predominantemente visual como la occidental, la ceguera excluye al individuo del 85 por ciento de la información diaria”, explica a InfoUniversidades Graciela Sedó, directora del proyecto. Sedó sabe de las dificultades de moverse en un mundo que no está pensado para personas con discapacidades visuales porque a los ochos años comenzó a perder la vista. Es profesora en educación especial orientada en discapacidad visual, al igual que María José Schipani, con quien enseña el Braille.
Las docentes dictan el curso de extensión universitaria “Introducción al estudio del Código Braille integral y su implicancia en la vida de las personas ciegas”. En él se aprende el alfabeto Braille y los signos de puntuación y expresión, pero, además del alfabeto, se aborda la temática de la discapacidad visual, el sustento filosófico, las nuevas tendencias, los mitos, la tecnología. Es de nivel inicial porque aprender todo el sistema lleva cuatro años, explica el informe realizado por Leticia Spinelli y Erica Lanfranchi.
El problema no radica en la discapacidad, sino en la toma de conciencia sobre las adaptaciones necesarias para que las personas ciegas asistan a una clase y tengan el material adecuado, entren a un cine y dispongan de los auriculares para escuchar las audiodescripciones, obtengan el software que les verbalice el menú que se despliega en los celulares, o encuentren cartas y juegos marcados en Braille para poder divertirse, estudiar, trabajar y comunicarse.
La audiodescripción, indica Sedó, se trata de “una voz en off que describe las escenas de la película, a las que no les pone emoción. Por ejemplo, la voz dice: se miran. A ella se le cae una lágrima. Él se la seca con la yema de los dedos…”. Eso ayuda a las personas que no ven a tener la información necesaria para imaginar la escena. Este recurso, como otros desarrollos tecnológicos, ofrece importantes posibilidades de adaptación y, en consecuencia, de integración. La ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles) define a la tiflotecnología como el conjunto de técnicas, conocimientos y recursos aplicados al mundo de los ciegos y deficientes visuales para la correcta utilización de la tecnología, con el fin de favorecer su autonomía personal y plena integración social, laboral y educativa.
La adaptación más lógica es que en vez de mirar uno pueda escuchar. Existen algunos programas mediante los cuales las pantallas son verbalizadas. Por ejemplo, a los teléfonos celulares se les carga un programa que los hace parlantes. Así, las personas ciegas o con disminución visual pueden acceder a los contactos, leer o escribir un mensaje de texto o desplegar y reconocer el menú de aplicaciones disponibles. Hay también un software específico para verbalizar información de una pantalla de computadora, los correos electrónicos o las funciones que se despliegan del Word u otros programas. “Lo único que las personas ciegas no pueden hacer es leer un archivo jpg, porque es imagen y no hay posibilidad de traducirlo a texto con esos programas”, señala Schipani.
También hay sitios web que cuentan con la opción de aumentar el tamaño de las letras, ascensores que “dicen” en qué piso se encuentran, menúes de restaurantes en Braille y calculadoras científicas con respuesta oral sobre todas las pulsaciones del teclado que permiten oír el contenido de la visualización.
“El diez por ciento de la población mundial tiene una discapacidad (mental, sensorial o motora) y de ese porcentaje un mínimo es discapacitada visual”, señala Sedó. Pero el mundo es en imágenes, aunque esa minoría no pueda percibirlo; se ve y es a todo color. “La información sobre las imágenes y el color existe en el mundo y la persona ciega tiene derecho a conocerla”, sostiene la docente.
“Una persona ciega de nacimiento no va a poder pensar qué es un color, pero lo que sí debe -y es obligación de la familia y los educadores hacerlo- es ser informada acerca de esta temática. Es una información que tiene que saber para moverse en el mundo, para desenvolverse con fluidez en un mundo visual. No hay que agregarle discapacidades ni ponerlo en desventaja”, explica Sedó y cuenta que un chico de cinco años que simpatizaba con el club de fútbol Boca Juniors descubrió un día, en el jardín de infantes, el engaño que lo dejó perplejo: su mochila tenía el escudo de Independiente. “La respuesta de la familia suele ser la misma: como él no ve no se da cuenta”, dice Sedó.
Este hecho que ocurre cotidianamente sirve para pensar que las limitaciones no están en la propia discapacidad, sino en la accesibilidad y, en este caso, en el acceso a la información. Una persona no puede ignorar cuál es el color de su pelo o el de la ropa que lleva puesta, aunque no pueda ver los colores. “Esto es discriminarlo y aprovecharse de su discapacidad. No podrá saber el color pero la información que le brindamos es significativa para moverse más ajustada y naturalmente al mundo que lo rodea”, concluye Sedó.
Aprender Braille
El curso que brindan las docentes en la Universidad pueden tomarlo personas con o sin discapacidades visuales. “Hay terapistas ocupacionales, médicos, enfermeros, psicólogos, docentes que vienen a aprender Braille porque comprenden que es una herramienta necesaria para comunicarse con los otros”, comenta Schipani.
Además de la UNQ, hay una sola institución que enseña Braille. Se aprende sólo en los profesorados y escuelas especiales. Abrirlo a la comunidad es un desafío para la Universidad, que apunta a garantizar la accesibilidad y la inserción al mundo académico de las personas con discapacidades. El curso de Código Braille es gratuito para alumnos de las Licenciaturas en Educación, Comunicación Social y Terapia Ocupacional de la UNQ.
Fuente: InfoUniversidades