28.7.11

EL DÍA QUE A LOS PODEROSOS LE SALIÓ EL TIRO POR LA CULATA

El 28 de julio de 1981 se produjo en la Argentina uno de los más importantes hechos de resistencias a la dictadura militar impulsado desde la cultura. A las 18 horas de ese día, Jorge Rivera López, por entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores, inauguraba Teatro Abierto con la lectura de un texto realizado por el dramaturgo Carlos Somigliana.



"¿Por qué hacemos Teatro Abierto? Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adulta y responsable nuestro derecho a la libertad de opinión; porque necesitamos encontrar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercantilistas; porque anhelamos que nuestra fraternal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas; porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; y porque, por encima de todas las razones nos sentimos felices de estar juntos.", expresaba el documento.

Aquel sueño, aquel acto de resistencia a un regimen convertido en el más sangriento de la historia argentina, había comenzado algunos meses antes impulsado por un grupo de autores.

“Teatro Abierto comenzó de noche. Aunque fuesen las tres de la tarde. Pero el sonido, el espacio, correspondían a la noche. La mesa de un bar. Un grupo de autores. Y el primer proyecto: 21 obras en un acto, estreno, para representar tres por día durante una semana, con la idea (loca) de que el ciclo se extendiese durante dos meses. Veintiún directores. Contábamos con cuatro o cinco. Los demás, eran una incógnita. El miedo había convertido todo en una incógnita. Actores. ¿Cuántos? Los que consiguiésemos convencer. Otra incógnita. Y músicos, y escenógrafos, y técnicos, y...y...y...Incógnitas. La noche es también el espacio de las incógnitas. Para penetrarlas comenzamos a reunirnos, en los bares nocturnos de la calle Corrientes, con actores, con directores, con músicos, con amigos. Buscábamos cómplices para una idea (loca). Casi como contrabandistas. En voz baja. Para no asustar a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos. Sonaban más fuertes las sirenas policiales que nuestras voces. Y, de pronto, nació el círculo.”, escribió el dramaurgo Osvaldo Dragún.

Y ese círculo creció. Y se sumaron nombre de autores, de directores, de actores, y de más y más colaboradores. Y tuvo el escenario del Teatro del Picadero. Así fue como antes del estreno oficial, la noticia de una puesta en escena previa de todas las obras había corrido de boca en boca, y se empezó a colmar la sala para acompañarlas. Y el éxito fue rotundo durante aquella primera semana. Pero el intento por acallar aquel grito fue violento. En la madrugada del 6 de agosto el Teatro del Picadero se redujo a cenizas producto de un incendio intencional.

Sin embargo, nadie retrocedió. El atentado templó aun más los ánimos. Las ofertas de salas, aun la de las más comerciales, se multiplicaron para albergar a ese movimiento cultural. También se manifestaron las voces de apoyo desde todos los sectores, entre las que se destacaron la del Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y de los escritores Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges.

El Tabarís fue el teatro elegido para que la función continuara. Y fueron muchas. Todas a sala llena. O mejor dicho, repletas. Como la del 21 de septiembre, que fue la última de ese primer ciclo, con gente parada en los pasillos.

Teatro Abierto se había convertido en un fenómeno político, en un acto masivo de resistencia porque, como lo definió el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa, “nació como un delirio de las catacumbas y terminó compartiendo las luces de la notoria calle Corrientes, lo que demuestra que las cosas no salen siempre como los poderosos lo escriben de antemano. A los militares argentinos, por ejemplo, tan expertos en armas, con Teatro Abierto el tiro les salió por la culata”.