6.12.11

SUEÑO MAS FUERTE QUE EL PUÑO

Anoche (viernes 25 de noviembre) terminó el Campeonato Argentino de Box Amateur, en el Micro Estadio Delmi, una excelente iniciativa de la Municipalidad de Salta, con la cumbre lograda por nuestra provincia: primer y tercer puesto para Darío Vidaurre y Ezequiel Segundo. Además, Ezequiel fue campeón provincial y premiado con la Copa Challenger, como el mejor boxeador de Salta. Es decir, un campeón de valores como buen jugador y caballero en el ring. Hasta aquí es una noticia más para la historia del box. Pero en el instante en que las manos de Darío y Ezequiel cambiaron los guantes por esposas, comenzó la historia de dos héroes que han forjado su sueño desde la exclusión, como también, la de una institución de encierro que está escribiendo otra historia y la de un Estado que asume el desafío de una nueva historia argentina.

(Por Verónica Ardanaz *) Esta historia múltiple comenzó hace apenas un año con la creación de la Escuela de Box “Carlos Monzón”, en la División Bienestar de la Unidad Carcelaria Nº 1, del Servicio Penitenciario de Salta, con el apoyo de la Escuela Municipal de Box.

En la inauguración, Romina Arroyo, la primera mujer referí de boxeo nacional e internacional de la provincia, nos confiesa: “grandes fueron las emociones que se vivieron en el Penal (…) aunque sea paradójico, allí se respira aire de libertad. En este instante no caben la violencia sino el respeto por el otro, revive la alegría olvidada y se mezclan las emociones compartidas.”(1)

Este espacio, como otros socioculturales y educativos que se brindan en la actualidad en diversos contextos de encierro en Salta, fue defendido golpe a golpe por el Subsecretario de Políticas Criminales y Asuntos Penitenciarios de la provincia, Ángel Sarmiento –un funcionario comprometido con la “revolución cultural” de este enfoque- junto al Director General del Servicio Penitenciario, Martín Martínez, quien en el Primer Encuentro Nacional del Consejo Penitenciario Argentino, propuso el eje cultural como política de inclusión social. Y defendido, principalmente, de los prejuiciosos que ignoran cómo la cultura incluye y que las personas privadas de libertad deben tener garantizadas por el Estado todo el resto de sus derechos, en el marco de una política internacional, nacional y provincial.

Una Escuela de Box construida día a día, golpe a golpe, por el equipo de la División Bienestar, un trabajo silencioso, comprometido y poco reconocido por la sociedad, en contexto de una tarea sociocultural de tiempo atrás, como los “Viernes Culturales”, “La Radio en Contexto de Encierro”, el proyecto “90 minutos de Libertad” y las “Olimpíadas Deportivas”.

Tanto su Director Emanuel Páez y anterior Director, Claudio Monasterio, como los excelentes entrenadores de gran calidad humana de la Escuela de Box, dirigidos por Ricardo Toconás (actual agente penitenciario y ex campeón Walters de boxeo de los barrios y pugilista profesional de la década del 80), como el resto del equipo, entre muchas otras personas del Servicio Penitenciario, tienen una tarea compleja y nueva para la Argentina de hoy: profundizar la integración de la función de seguridad con la inclusión sociocultural y cumplimiento de los derechos humanos. El camino es largo, pero ya pudo verse el profesionalismo de ese enfoque a la luz de los resultados del Campeonato Argentino de Box.

Y por último, quizás lo más importante: la decisión de jóvenes, como Darío Vidaurre y Ezequiel Segundo, que junto a otros, como los promotores culturales del Centro Cultural Abierto del Servicio Penitenciario, tocaron fondo y comenzaron el camino del héroe silencioso de sus vidas, a partir de sus propios sueños. Un arquetipo humano esencialmente creador que nos llama a construir una sociedad más justa y solidaria.

A nivel personal, no sólo era la primera vez que presenciaba un torneo de box, sino que como mujer y realizadora audiovisual, conocía parcialmente ese mundo, francamente su lado negativo.

Una de mis películas preferidas, “Nosotros los monos”, de Edmund Valladares -genial director de cine de los ‘70- es un documental cuyas copias fueron mandadas a quemar por Tito Lecture -anécdota contada por sus protagonistas- que desentraña cómo la industria del box se alimenta de la pobreza y muestra el derrumbe hasta el hospicio y la muerte de un boxeador.

Además, como mujer, esa noche también acompañaba con mi corazón a todos los militantes que conmemoraban en diversas marchas, el día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, que en Salta, a la luz de sus femicidios, resuena con un compromiso mayor. En este contexto, el ámbito del box es visto como un emblema del machismo subliminado. Pero en mi experiencia de estos días, en la Escuela de Box del Penal y el campeonato provincial y nacional de box amateur, he podido conocer otro rostro de esa realidad: un espacio real de inclusión social, donde las diversas escuelas de box ubicadas en los barrios periféricos de la ciudad y en la cárcel, están ayudando a muchos jóvenes a encontrar otro sentido en sus vidas y nuevos vínculos, frente al vacío social que habilita todo tipo de adicciones y violencias.

En un reportaje que le hicieron a Daniel Vidaurre sobre este tema, respondió: “Yo pienso mucho en la gente que está triste y son peleadores de la vida, que tienen que levantarse todos los días para salir adelante a pesar de las dificultades que pueden tener en la familia, el trabajo. Si uno pierde el objetivo se vuelve violento y hay que tener la fuerza para salir adelante a pesar de todo.” (2)

Pude experimentar además una masculinidad profunda, capaz de ofrecer un juego con una adrenalina muy particular –tanto para los que están en el ring como para los espectadores- que nos interpela en las honduras de nuestra naturaleza humana, más allá de los géneros. Vi cómo era sancionado el que pegaba al oponente en situación de vulnerabilidad y esto me golpeó en mi condición de mujer: ¿por qué estas reglas del ring no pueden fugarse a todos los ámbitos de la sociedad, en especial a los ámbitos domésticos, donde muchas veces la fuerza física intenta dominar a la mujer?

Todos los que hemos vivido en profundidad la historia de Ezequiel y Darío, experimentamos la cumbre y casi al mismo tiempo, el vacío más vertiginoso nunca vivido. Pasar de una felicidad indescriptible, compartiendo el momento “más feliz de su vida” como ellos dijeron a la prensa, en palabras de una densidad y una literalidad conmovedora, una libertad ganada “golpe a golpe, verso a verso” -como dice un poema de Miguel Hernández- junto a toda la familia y amigos del barrio que vinieron a verlos libremente, dignamente, para luego el vacío, un vacío muy de adentro, como un knock-out de las entrañas: el regreso a la Unidad Carcelaria, ese lugar que la sociedad eligió para depositar un “problema social”, no una persona que pudo haberse equivocado, porque una sociedad enferma no le dio las suficientes oportunidades de inclusión y construcción de un proyecto de vida digno.

Porque si fuera cierto, lo que algunos sobrevivientes del darwinismo social sostienen, que “ya se nace chorro” y que hay que “matarlos porque no tienen remedio”, entonces, no sólo ni Darío ni Ezequiel habrían aprovechado esta oportunidad, sino que tampoco hubieran podido mostrar todo el potencial que tenían. Evidentemente nuestra sociedad no se los permitió desarrollar antes. Ezequiel además es poeta y compartió recientemente sus poemas junto al Movimiento Joaquina Cultural y la Unión Salteña de Escritores, en el marco de Salta Expo Libros. Otro de sus sueños, que comenzará a caminar próximamente, es recibirse de abogado, como me dijo Adriana, su madre, “Ezequiel quiere salir de la cárcel con el título universitario”.

Hace dos años que acompaño a jóvenes privados de libertad que están trabajando como creadores de cortometrajes y poemas, además de promotores culturales en el Centro Cultural Abierto del Servicio Penitenciario, y ellos me han enseñado algo de un profundo valor: reconocer los propios prejuicios y limitaciones, saber ver cara a cara, corazón a corazón, a las personas, aprender a conocerlas por sus historias de vida en profundidad –historias de los abismos y cumbres que nos definen a todos los seres humanos por igual, historias de una sociedad enferma por el individualismo y el consumismo, historias de una sociedad desigual, historias del revés de las justicias y las injusticias.

Me han enseñado a ver cómo la ternura sigue viva a pesar de todos los golpes de la vida, y cómo un sueño –algo tan frágil e inasible, casi una mariposa- es la coraza que resiste a los golpes –que les ayudó a resistir también los golpes del ring. El sueño pone de pie a un ser humano encerrado entre los muros físicos y los de la exclusión social.

Muchos de los jóvenes que hoy están privados de libertad –el 90% no terminó la escuela primaria y/o secundaria- fueron productos de un país quebrado por el neoliberalismo global de fines del siglo XX y denunciado actualmente por los indignados del mundo.

Y cada vez que traspaso las rejas del Penal me pregunto si este “castigo social ejemplar” de privar de libertad y excluir a una persona -porque aunque haya cumplido su condena sigue excluida- no es excesivo, sobre todo para un joven que a los 10 años quizás aprendió a robar para comer o quizás drogarse para calmar la angustia, porque la sociedad se quebró y ese Estado neoliberal le dio la espalda a sus derechos.

Este rostro de la judicialización de personas –incluso niños y niñas- que la sociedad relega a su propia sombra, se alimenta de los chivos expiatorios de la pobreza estructural. Me pregunto, ¿es necesario llegar paradójicamente a la cárcel para tener oportunidades?

Cuando, trofeo de campeón argentino en mano, Darío fue consultado por un periodista si fue difícil la pelea, él simple y profundamente contestó: “el porteño tenía mucha técnica, pero mi sueño era más fuerte.” La fuerza demoledora de los golpes de Darío y Ezequiel no sólo venían del trabajo cotidiano, del entrenamiento junto a un equipo de excelentes profesionales que los acompañaron y de funcionarios políticos que sostuvieron un rumbo contra la inercia de los prejuicios y abrieron un nuevo espacio de inclusión, sino también, del fondo oscuro del sueño donde no llegan las cárceles. Como dice el pensamiento guaraní de Nuestra América, raíz de la diversidad cultural del norte argentino: “el que sueña puede más que el que no sueña”. Y nuestro sueño es grande: la construcción de un nuevo paradigma donde los derechos culturales sean centrales en las nuevas políticas públicas de inclusión social de las personas privadas de libertad.

Una batalla cultural ganada: los medios de prensa finalmente hablaron de Diego Vidaurre y Ezequiel Segundo como boxeadores y poetas, sin mencionar su situación circunstancial de encierro. El sueño venció la discriminación.

(*) Verónica Ardanaz es poeta, gestora cultural y realizadora audiovisual de Salta. Es miembro de NADIR, grupo de trabajo para la descolonización de las representaciones. Preside la Fundación Cebil, organización de la sociedad civil que desarrolla en equipo junto a la Subsecretaría de Políticas Criminales y Asuntos Penitenciarios y el Servicio Penitenciario de la provincia Salta, el Centro Cultural Abierto y la Primera Escuela de Promotores Culturales para Jóvenes –única en su tipo en Latinoamérica-, ubicada en la División Bienestar de la Unidad Carcelaria Nº 1. A raíz de esta creación y como resultado de varios años de experiencias de inclusión socio cultural y educativa del Servicio Penitenciario, a comienzos de 2011 se organizó en Salta el Primer Encuentro Nacional de Cultura en Contextos de Encierro. Los jóvenes promotores culturales del Centro Cultural Abierto del Servicio Penitenciario acaban de ganar recientemente el Primer Premio del Programa de Cultura del Consejo Federal de Inversiones, por su proyecto “Revalorización del Arte Popular de la Unidad Carcelaria Nº 1 de Salta”.

(1) “Aires de Libertad”, por Romina Arroyo, publicación digital del 12 de noviembre de 2010

(2) Publicación digital Diario El Tribuno de Salta, 20 de noviembre de 2011.

Fuente: Nota publicada en Cebil Cultural y reproducida por La Red Girasoles


Foto: Planeta Segura