¿Cómo se enseña ciencia en las escuelas y cuál es su relevancia para la ciudadanía y la sociedad en su conjunto? ¿Qué iniciativas están en curso en el aula y a que desafíos se ven enfrentados los docentes? Investigadores que se especializan en la enseñanza de las ciencias en las escuelas, maestros, alumnos y ex alumnos de la Argentina brindaron sus impresiones sobre estos temas.
Una encuesta nacional, respondida por 816 investigadores de la Argentina, y dado a conocer por la revista Public Understanding of Science revela que los docentes y la lectura de libros son los principales impulsores a la hora de definir la vocación científica. Teniendo en cuenta el peso significativo que tiene la experiencia escolar (primaria y secundaria) para estimular la vocación científica de los alumnos –pilar clave de una país que aspira a transformarse en una “sociedad basada en el conocimiento”–, la Agencia CyTA consultó a investigadores, a maestros y a alumnos a fin de conocer su opinión acerca del estado actual de la enseñanza de las ciencias en esas etapas educativas y los desafíos que plantea su abordaje.
Agustín Aduriz Bravo, docente del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CeFIEC), que depende de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), afirma que “si bien existen algunos estudios sobre la enseñanza de las ciencias en las escuelas argentinas, se dispone en general de poca investigación didáctica ‘a gran escala’. Esto es, estudios nacionales y transnacionales, trabajos comparativos y estadísticos y estudios longitudinales, entre otros”.
Aduriz Bravo señala que, no obstante ello, se han visto, a través de las investigaciones y de análisis hechos por otros actores como organismos públicos y organizaciones no gubernamentales, que existen diversos problemas entre los cuales se destaca la inequidad, característica común a nuestra región. En tal sentido, hay claras diferencias en la forma en que se enseña y se aprende ciencias en escuelas ricas y pobres, públicas y privadas, centrales o periféricas, históricas o recientes.”
Para Aduriz Bravo –que se especializa en la didáctica de las ciencias, y que brinda capacitación a profesores en una docena de países de Europa y América, incluida la Argentina–, es imposible dar “recetas” frente a un problema tan complejo como la falta de equidad en materia de enseñanza de las ciencias en las escuelas.
“Algunas de las políticas a implementar apuntan en esa dirección: conseguir un nivel homogéneo (tomando como parámetro el nivel más alto y no al revés) en la calidad de la enseñanza de las ciencias en todo el país”, destacó el docente del CeFIEC.
El docente remarca que “otras políticas posibles, derivadas, por ejemplo, de los estudios hechos sobre el éxito de Finlandia en los exámenes de PISA (pruebas internacionales que evalúan los conocimientos de los escolares), serían la de prestigiar nuevamente la educación científica como parte de la cultura y como motor de cambio, elevar el estatus social de los docentes y también mejorar su preparación inicial y continua, disponer de más y mejores libros de texto y materiales, y acercar la ciencia ‘de los científicos’ a las aulas a través de programas específicos, entre otras medidas.”
El especialista subraya que la mencionada lista de medidas son “extradidácticas”, ya que tienen carácter marcadamente político e involucran a todo el sistema.
“Son de gran escala en tiempo y espacio, y cuestan bastante dinero. También hay otra clase de medidas de corte didáctico, a aplicar en las aulas, y esto es precisamente lo que investiga la didáctica de las ciencias como disciplina: nuevos enfoques para encarar la enseñanza día a día”.
En particular, señala que su investigación se dirige a desentrañar cómo enseñar epistemología e historia de la ciencia a profesores en formación y en actividad, bajo el supuesto que estas disciplinas, por su propio carácter, pueden aportar de manera efectiva a una mejor enseñanza de las ciencias en secundaria u otros niveles.”
Por su parte, Melina Furman, licenciada en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires y doctora en Educación de la Ciencia de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, destaca que la ciencia en la escuela secundaria tiene, a diferencia de lo que sucede en la primaria, un lugar establecido. Existen horas de ciencia que se cumplen y profesores capacitados para dictarlas.
“Sin embargo, el gran desafío que todavía tenemos pendiente es que la ciencia que se enseña deje de ser un cúmulo de datos, de fórmulas e informaciones con poco sentido para los alumnos para dar lugar a la enseñanza del pensamiento científico”, afirma Furman que se desempeña como investigadora y docente en enseñanza de las ciencias.
Furman recuerda que “en muchos colegios los alumnos van al laboratorio a hacer experiencias que son, más que nada, recetas para verificar un resultado que conocen de entrada. De ahí la famosa frase: ‘el experimento me dio mal, profe’”.
La docente afirma que, en muchos casos, con solo agregar preguntas a las experiencias que se busca responder, esas actividades ‘verificativas’ pueden convertirse en una real oportunidad para indagar.
“Se trata de dar vuelta la lógica de ‘te lo cuento y lo verificás’ a ‘tenemos una pregunta para responder y después comparamos nuestras respuestas con lo que los libros dicen al respecto”.
Además de las iniciativas que llevan a cabo el CeFIEC y del Instituto Nacional de Formación Docente y otros tantos organismos, el Grupo Quince Docentes Argentinos (QDA) organiza, desde 2002, jornadas dedicadas a la actualización en ciencia y tecnología para docentes de escuela media. En dichos encuentros el personal de varios establecimientos educativos se pone en contacto directo con investigadores a través de disertaciones y talleres prácticos que brindan herramientas de enseñanza para hacer más comprensible la transmisión del conocimiento en las escuelas.
Los antecedentes del grupo QDA se remontan al 2001. En junio de aquel año, los fundadores de ese grupo fueron seleccionados para participar en un programa de Actualización Docente en Ciencias e Ingeniería, en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), Boston, en Estados Unidos.
“Todos los años, el objetivo de ese programa del MIT consiste en presentar, a través de los investigadores y científicos de esa Universidad, los últimos adelantos relacionados con la ciencia y la ingeniería y su aplicación en el mundo real”, explica la profesora de geografía Graciela Rastellino, una de las fundadoras de QDA.
La docente destaca que “fue una experiencia tan fructífera que decidimos replicar ese modelo en la Argentina a fin de que la mayor cantidad de docentes pudiesen entrar en contacto con el trabajo que desarrollan los investigadores de nuestro país”.
Desde el punto de vista de Rastellino, la ciencia en la escuela no debe enseñarse solamente a través de la teoría sino también mediante la realización de experimentos que motiven la formulación de preguntas basadas en un razonamiento científico, entre otras características.
“Se trata de generar una constante interacción entre realidad-conocimiento, entre práctica y teoría como formas de integración de ambos. Todo ello es sumamente necesario para enseñar ciencias. Y reitero nuevamente que la capacitación docente es clave ya que desde allí se podrán leer las articulaciones existentes entre la cotidianeidad del hacer escolar y las líneas de investigación y unidades de análisis que nos acercan los investigadores”, afirma la integrante de QDA.
María Cristina Chaler, maestra egresada de la Escuela Normal Superior Nº 3, en Buenos Aires, y licenciada en Ciencias Químicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, relata que su experiencia en la escuela fue muy gratificante.
“No es cierto que los jóvenes no posean interés por las ciencias. Despertar el interés es obligación del docente y se puede lograr fácilmente cuando se pone pasión al transmitir el conocimiento científico. Esta pasión se contagia y el alumno responde de modo inmediato. Tengo la gran satisfacción de haber despertado numerosas vocaciones, aún en orientaciones que no eran especialmente científicas”, puntualiza.
“Desde mi punto de vista, el docente en ciencias debe llevar al curso las últimas novedades científicas, las nuevas teorías, las aplicaciones, y conversarlas con el objetivo de mantener a la ciencia viva y dinámica. No se puede enseñar ciencia como se la enseñaba hace 20 años atrás, con los viejos modelos, los mismos ejercicios mecánicos, automáticos, que se hacen sin pensar, sólo aplicando ciertas fórmulas y sin saber de qué se tratan. Es necesario generar el conflicto mediante situaciones problemáticas para que el alumno resuelva pensando, investigando, aún equivocándose y descubriendo a partir de su error. Así buscará nuevos caminos para el logro de las soluciones”, agrega.
En ese sentido, Chaler –que también es profesora en Disciplinas Industriales egresada de la Universidad Tecnológica Nacional de Argentina–, opina que un aspecto que hay que tener en cuenta es que, a veces, el docente por necesidad laboral tiene muchas horas distribuidas en diferentes escuelas. “Así corre de un lado para otro durante todo el día y poco tiempo le queda para su perfeccionamiento. Eso afecta al proceso educativo, en general, y en particular a la enseñanza de las ciencias”.
Aduriz Bravo, docente del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias, sostiene que la ciencia es un patrimonio UNESCO de la humanidad, una parte esencial e insoslayable de la cultura, un acervo humano que nos hace personas y nos permite desempeñarnos en las sociedades democráticas.
“Para no caer en contradicciones teóricas y prácticas no me refiero aquí a una ciencia memorística, enciclopédica o pedante. Me refiero a una ciencia que da sentido al mundo que nos rodea y cobra sentido en quienes la utilizan para pensar, decir y hacer sobre su realidad. Una ciencia escolar significativa, basada en modelos, que interviene de manera transformadora, que es mirada críticamente con el auxilio de la epistemología y la historia de la ciencia, y que resulta fundamental para tomar decisiones informadas en la vida cotidiana”, finaliza Aduriz Bravo.
Una encuesta nacional, respondida por 816 investigadores de la Argentina, y dado a conocer por la revista Public Understanding of Science revela que los docentes y la lectura de libros son los principales impulsores a la hora de definir la vocación científica. Teniendo en cuenta el peso significativo que tiene la experiencia escolar (primaria y secundaria) para estimular la vocación científica de los alumnos –pilar clave de una país que aspira a transformarse en una “sociedad basada en el conocimiento”–, la Agencia CyTA consultó a investigadores, a maestros y a alumnos a fin de conocer su opinión acerca del estado actual de la enseñanza de las ciencias en esas etapas educativas y los desafíos que plantea su abordaje.
Agustín Aduriz Bravo, docente del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CeFIEC), que depende de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), afirma que “si bien existen algunos estudios sobre la enseñanza de las ciencias en las escuelas argentinas, se dispone en general de poca investigación didáctica ‘a gran escala’. Esto es, estudios nacionales y transnacionales, trabajos comparativos y estadísticos y estudios longitudinales, entre otros”.
Aduriz Bravo señala que, no obstante ello, se han visto, a través de las investigaciones y de análisis hechos por otros actores como organismos públicos y organizaciones no gubernamentales, que existen diversos problemas entre los cuales se destaca la inequidad, característica común a nuestra región. En tal sentido, hay claras diferencias en la forma en que se enseña y se aprende ciencias en escuelas ricas y pobres, públicas y privadas, centrales o periféricas, históricas o recientes.”
Para Aduriz Bravo –que se especializa en la didáctica de las ciencias, y que brinda capacitación a profesores en una docena de países de Europa y América, incluida la Argentina–, es imposible dar “recetas” frente a un problema tan complejo como la falta de equidad en materia de enseñanza de las ciencias en las escuelas.
“Algunas de las políticas a implementar apuntan en esa dirección: conseguir un nivel homogéneo (tomando como parámetro el nivel más alto y no al revés) en la calidad de la enseñanza de las ciencias en todo el país”, destacó el docente del CeFIEC.
El docente remarca que “otras políticas posibles, derivadas, por ejemplo, de los estudios hechos sobre el éxito de Finlandia en los exámenes de PISA (pruebas internacionales que evalúan los conocimientos de los escolares), serían la de prestigiar nuevamente la educación científica como parte de la cultura y como motor de cambio, elevar el estatus social de los docentes y también mejorar su preparación inicial y continua, disponer de más y mejores libros de texto y materiales, y acercar la ciencia ‘de los científicos’ a las aulas a través de programas específicos, entre otras medidas.”
El especialista subraya que la mencionada lista de medidas son “extradidácticas”, ya que tienen carácter marcadamente político e involucran a todo el sistema.
“Son de gran escala en tiempo y espacio, y cuestan bastante dinero. También hay otra clase de medidas de corte didáctico, a aplicar en las aulas, y esto es precisamente lo que investiga la didáctica de las ciencias como disciplina: nuevos enfoques para encarar la enseñanza día a día”.
En particular, señala que su investigación se dirige a desentrañar cómo enseñar epistemología e historia de la ciencia a profesores en formación y en actividad, bajo el supuesto que estas disciplinas, por su propio carácter, pueden aportar de manera efectiva a una mejor enseñanza de las ciencias en secundaria u otros niveles.”
Por su parte, Melina Furman, licenciada en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires y doctora en Educación de la Ciencia de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, destaca que la ciencia en la escuela secundaria tiene, a diferencia de lo que sucede en la primaria, un lugar establecido. Existen horas de ciencia que se cumplen y profesores capacitados para dictarlas.
“Sin embargo, el gran desafío que todavía tenemos pendiente es que la ciencia que se enseña deje de ser un cúmulo de datos, de fórmulas e informaciones con poco sentido para los alumnos para dar lugar a la enseñanza del pensamiento científico”, afirma Furman que se desempeña como investigadora y docente en enseñanza de las ciencias.
Furman recuerda que “en muchos colegios los alumnos van al laboratorio a hacer experiencias que son, más que nada, recetas para verificar un resultado que conocen de entrada. De ahí la famosa frase: ‘el experimento me dio mal, profe’”.
La docente afirma que, en muchos casos, con solo agregar preguntas a las experiencias que se busca responder, esas actividades ‘verificativas’ pueden convertirse en una real oportunidad para indagar.
“Se trata de dar vuelta la lógica de ‘te lo cuento y lo verificás’ a ‘tenemos una pregunta para responder y después comparamos nuestras respuestas con lo que los libros dicen al respecto”.
Además de las iniciativas que llevan a cabo el CeFIEC y del Instituto Nacional de Formación Docente y otros tantos organismos, el Grupo Quince Docentes Argentinos (QDA) organiza, desde 2002, jornadas dedicadas a la actualización en ciencia y tecnología para docentes de escuela media. En dichos encuentros el personal de varios establecimientos educativos se pone en contacto directo con investigadores a través de disertaciones y talleres prácticos que brindan herramientas de enseñanza para hacer más comprensible la transmisión del conocimiento en las escuelas.
Los antecedentes del grupo QDA se remontan al 2001. En junio de aquel año, los fundadores de ese grupo fueron seleccionados para participar en un programa de Actualización Docente en Ciencias e Ingeniería, en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), Boston, en Estados Unidos.
“Todos los años, el objetivo de ese programa del MIT consiste en presentar, a través de los investigadores y científicos de esa Universidad, los últimos adelantos relacionados con la ciencia y la ingeniería y su aplicación en el mundo real”, explica la profesora de geografía Graciela Rastellino, una de las fundadoras de QDA.
La docente destaca que “fue una experiencia tan fructífera que decidimos replicar ese modelo en la Argentina a fin de que la mayor cantidad de docentes pudiesen entrar en contacto con el trabajo que desarrollan los investigadores de nuestro país”.
Desde el punto de vista de Rastellino, la ciencia en la escuela no debe enseñarse solamente a través de la teoría sino también mediante la realización de experimentos que motiven la formulación de preguntas basadas en un razonamiento científico, entre otras características.
“Se trata de generar una constante interacción entre realidad-conocimiento, entre práctica y teoría como formas de integración de ambos. Todo ello es sumamente necesario para enseñar ciencias. Y reitero nuevamente que la capacitación docente es clave ya que desde allí se podrán leer las articulaciones existentes entre la cotidianeidad del hacer escolar y las líneas de investigación y unidades de análisis que nos acercan los investigadores”, afirma la integrante de QDA.
María Cristina Chaler, maestra egresada de la Escuela Normal Superior Nº 3, en Buenos Aires, y licenciada en Ciencias Químicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, relata que su experiencia en la escuela fue muy gratificante.
“No es cierto que los jóvenes no posean interés por las ciencias. Despertar el interés es obligación del docente y se puede lograr fácilmente cuando se pone pasión al transmitir el conocimiento científico. Esta pasión se contagia y el alumno responde de modo inmediato. Tengo la gran satisfacción de haber despertado numerosas vocaciones, aún en orientaciones que no eran especialmente científicas”, puntualiza.
“Desde mi punto de vista, el docente en ciencias debe llevar al curso las últimas novedades científicas, las nuevas teorías, las aplicaciones, y conversarlas con el objetivo de mantener a la ciencia viva y dinámica. No se puede enseñar ciencia como se la enseñaba hace 20 años atrás, con los viejos modelos, los mismos ejercicios mecánicos, automáticos, que se hacen sin pensar, sólo aplicando ciertas fórmulas y sin saber de qué se tratan. Es necesario generar el conflicto mediante situaciones problemáticas para que el alumno resuelva pensando, investigando, aún equivocándose y descubriendo a partir de su error. Así buscará nuevos caminos para el logro de las soluciones”, agrega.
En ese sentido, Chaler –que también es profesora en Disciplinas Industriales egresada de la Universidad Tecnológica Nacional de Argentina–, opina que un aspecto que hay que tener en cuenta es que, a veces, el docente por necesidad laboral tiene muchas horas distribuidas en diferentes escuelas. “Así corre de un lado para otro durante todo el día y poco tiempo le queda para su perfeccionamiento. Eso afecta al proceso educativo, en general, y en particular a la enseñanza de las ciencias”.
Aduriz Bravo, docente del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias, sostiene que la ciencia es un patrimonio UNESCO de la humanidad, una parte esencial e insoslayable de la cultura, un acervo humano que nos hace personas y nos permite desempeñarnos en las sociedades democráticas.
“Para no caer en contradicciones teóricas y prácticas no me refiero aquí a una ciencia memorística, enciclopédica o pedante. Me refiero a una ciencia que da sentido al mundo que nos rodea y cobra sentido en quienes la utilizan para pensar, decir y hacer sobre su realidad. Una ciencia escolar significativa, basada en modelos, que interviene de manera transformadora, que es mirada críticamente con el auxilio de la epistemología y la historia de la ciencia, y que resulta fundamental para tomar decisiones informadas en la vida cotidiana”, finaliza Aduriz Bravo.