27.12.10

LA RUTA HECHA SALA DE PROYECCIÓN

Una pantalla, un proyector, equipos de sonido y medio centenar de ficciones y documentales de cine independiente. Todo eso a bordo de una camioneta con la que una cineasta y una periodista recorrieron, durante dos años y medio, pueblos recónditos y barrios periféricos de América latina con un objetivo: “Llevarle al pueblo los mensajes que le niegan.”

(Por Ailín Bullentini / Agencia NAN).- Un buen día una idea desafió las cabezas de Griselda Moreno y Viviana García, las tomó por asalto y ya nos las dejó en paz. Les llevó poco más de dos años darle vueltas al asunto para poner en práctica el germen que mucho más pronto ya se había convertido en la razón de sus vidas. Contada al pasar, la cuestión no sería gran cosa: proyectar trabajos de cine independiente en diferentes países latinoamericanos. Pero las pibas se la buscaron difícil. La idea era cargar una pantalla, un proyector, un par de parlantes y unas 50 películas y documentales de realización independiente y autogestiva en un auto que, conducido por ellas, recorrería un trayecto por pequeños pueblos alejados de las urbes y barrios periféricos para ofrecer los films en lugares no convencionales.

“Hay una necesidad imperiosa de difundir el cine independiente por otras vías que no sean las salas comerciales y de llevarlo a las personas que no tienen acceso a él”, explicó Griselda. ¿Por qué ese cine? “Porque es el que propone una manera discursiva nueva, es el que denuncia, el que hace hablar al pueblo.” ¿Por qué ofrecerlo en los “márgenes”? “Porque tenemos el compromiso de acercar a ese pueblo los mensajes que se le niegan.” El bicho que no paró de zumbar en los oídos de ambas, una periodista-fotógrafa de Salta y una cineasta platense, se convirtió en Cine a la Intemperie, un proyecto que entiende que esa disciplina “logra traspasar fronteras y es una herramienta de información que, bien utilizada, tiene una fuerza poderosa.” Ah, sí. Cumplieron el sueño, en otros dos años y medio. Y van por más.

La semilla intentó germinar entre cuatro mujeres -Griselda y Viviana compartieron el inicio con dos amigas-. Juntas, se dedicaron un tiempo bastante prudencial a pensar en “lo fundamental: el cómo y el para qué del proyecto”. Aunque el cuarteto se transformó en dupla durante ese período, “muchos amigos y conocidos ayudaron a diagramar detalles y pensar las posibles maneras de poner en funcionamiento Cine a la intemperie”, apuntó la periodista, para comenzar a desandar junto con Agencia NAN pregunta por pregunta.

El cómo

Créase o no, una estanciera modelo '61 trasladó la pantalla, los equipos técnicos de proyección, la maleta con las películas, algunos otros bolsos y el cuerpo mismo de las dos viajeras a través de cada pueblito del noroeste argentino, desde Córdoba hasta Jujuy, pasando por Catamarca y Salta. “Decidimos hacerlo en un auto porque queríamos libertad plena de movimiento, estadía y ruta. Tras mucho estudio de campo, Viviana concluyó que ese estilo de auto era el mejor por lo robusto, por lo amplio, por lo atractivo y confiable. La encontró en Rosario, la fue a buscar hasta allá, la bautizamos Juana, por Juana Azurduy, y con ella arrancamos”, recordó.

El “¡guau!” que despierta en la imaginación de esta cronista -probablemente a los lectores les haya ocurrido lo mismo- la foto mental de una camioneta chatarrosa sirviendo de cuatro ruedas a una sala cine itinerante acaba rápido -¡perdón!-. Al parecer, el viejo “caño” fue un fiasco. Cuando se rompió en Jujuy “por enésima vez”, las chicas le perdieron la paciencia. En La Paz, Bolivia, compraron otra camioneta, siglo XXI, a la que llamaron Macacha.

Desde Jujuy cruzaron la cordillera hacia el desierto de Atacama, en Chile. Volvieron a Bolivia y presenciaron el referéndum por el “SI EVO”, se toparon con los pueblos ecuatorianos en lucha por el “NO a las Minas de Cielo Abierto”. Llegaron hasta una Honduras “sumida en una crisis social sin precedentes”, pisaron un México “cargado de crímenes impunes y altísimos niveles de feticidios”, una Nicaragua que cumplió el decimotercer aniversario de la Revolución Sandinista. Descubrieron a un Salvador “con una pujante equidad de géneros”, una Costa Rica que “se opone a la instalación de granjas atuneras en el frágil ecosistema del Golfo Dulce” y un pueblo cubano “cargado de un gran espíritu luchador, de amor, solidaridad y hospitalidad”. De regreso, las sorprendió un Paraguay que “surge misterioso ante el mundo”. “Encontramos que las realidades de América latina son tantas como las personas que la habitan”, remarcaron las viajeras.

“En un principio, fuimos nosotras las que dijimos ‘queremos ir acá, allá y allá’, pero luego, a partir de la difusión del proyecto por los medios de cada lugar, nos empezaron a conocer y a invitar desde pueblos, campamentos, lugares lejanos y demasiado cercanos, pero olvidados. Nos escribían explicándonos por qué querían que estemos ahí, una locura...”, agregó Griselda.

Viene bien aclarar en este punto de la historia cómo sus creadoras financiaron la concreción de esa locura, en momentos en los que contar con menos de 30 pesos diarios en la billetera es una condena segura a la pobreza. Para arrancar, Viviana “vendió todo lo que pudo” para ahorrar recursos “como para arrancar” a andar. Con eso, y con otro poco de fondos que las chicas consiguieron de fundaciones y espacios que “creyeron que Cine a la Intemperie era un proyecto que valía la pena”, empezaron a rodar.

La iniciativa implicaba un desafío geográfico, económico, financiero y convivencial. “Siempre tuvimos una gran convicción de que los objetivos se establecían para ser cumplidos. Y la fuerza, el temple y el carácter para hacer realidad el nuestro.” A los fondos que llevaron de fundaciones argentinas se le sumarían los de agrupaciones y algunas empresas de diferentes países de Latinoamérica, cosa que, aseguraron, no les generó ningún tipo de conflicto ideológico. De cualquier manera, partieron de su tierra con la convicción de que si había que parar a laburar en cualquier lado para cargar de combustible la billetera y seguir, lo iban a hacer.

El para qué

Las amigas consideran que, como jóvenes profesionales de la comunicación, tienen el “compromiso de acercar al pueblo los mensajes que le niegan, que no puede ver porque no se los ofrecen”. A diferentes civilizaciones alejadas de los centros poblacionales o en los barrios marginales de las ciudades capitales llegó Cine a la Intemperie, “porque el aislamiento también se experimenta en el seno mismo de las urbes, en la pobreza, en las cárceles, asilos, hogares, correccionales de niños. La idea del viaje fue convertirnos en una pantalla de difusión”, metaforeó Griselda.

Para mejor comprensión, Griselda amplió: “El cine es un gran medio de información que puede llegar a generar grandes cambios”, en particular el independiente porque es el que contiene mensajes altamente comprometidos con la sociedad, porque no entra en los parámetros comerciales, porque propone una manera discursiva nueva, porque denuncia. Es el que dice, el que hace hablar al pueblo” y porque además -“algo fundamental”- tiene que ver con “cambiar cosas establecidas, generar nuevas pantallas para poder ver realidades escondidas”.

Pero ojo, que la idea no fue nunca llegar, conectar los equipos y proyectar nada más. Cine a la Intemperie llegaba y entendía al pueblo al que arribaba, sus problemáticas, sus costumbres y necesidades, y a partir de ahí elegía el audiovisual a ofrecer. “El proyecto depende de eso. Consideramos que a través de imágenes en movimiento podíamos acercar a pueblos que, lejanos entre sí, comparten luchas”, como fue el caso de Ecuador, en donde a una población campesina en lucha por la instalación de las mineras le acercaron la misma batalla argentina con el documental Acecho a la ilusión. A cada proyección le seguían foros de debate en cada lugar.

Sin embargo, la meta original no fue estática e inamovible. Griselda y Viviana empezaron a elaborar un camino en el que el crecimiento a doble vía fue la clave. Porque “las personas crecen en ideas y los objetivos se expanden. Entonces nos convertimos en un puente de interconexión de realizadores y realizadoras de América Latina”, con el nacimiento de la Red de Cines Móviles de América Latina, que nuclea –y aguarda por más adhesiones— a 13 proyectos similares al de las chicas de siete países de América latina y Holanda, a instancias del Festival de Internacional de Cine de Puebla, del que participaron como invitadas especialísimas. El fin último de la red es poder armar el primer cine rodante latinoamericano de funcionamiento permanente: “Si nosotras lo estábamos logrando, por qué no fortalecerlo y potenciarlo con un equipo plurinacional”, se preguntaron. ¿Por qué no?

La cineasta y la periodista-fotógrafa regresaron a la argentina hace poco más de un mes, con varios otros sueños cinematográficos en el baúl de Macacha, además de varios reconocimientos de los Estados a los que visitaron, entre elle la declaración de Proyecto de Interés Cultural de la Secretaría de Cultura nacional, y de otras tantas organizaciones. Durante 2011, planificarán nuevas giras por éste y otros continentes y presentarán el documental y el libro que nacieron de la travesía -ambos en proceso de producción-. Porque, al fin y al cabo, Griselda y Viviana siempre soñaron con contar historias. “Ahora es el turno de narrar la nuestra”, se despidió la viajera, de paso por Buenos Aires y ansiosa por volver a casa: “Hace dos años que la familia me espera”.