22.6.11

LA BIBLIOTECA QUE NO ARDIÓ

En una época en la que muchos libros ardían en manos de los militares, Salomón Gerchunoff decidió esconderlos en una pared de su casa. Ahí estuvieron por más de 30 años y su recuperación es un recorrido por la historia de su familia, del barrio y la ciudad de Córdoba.



2008 fue un año de encontrarse con la historia para los vecinos de Parque Vélez Sársfield, de encontrarse cara a cara con una parte oscura de la historia nacional pero que también hizo aflorar el impulso de supervivencia y solidaridad más visceral que fue tejiéndose en la sociedad argentina de las décadas anteriores.

La familia Gerchunoff fue la gran protagonista de ese volver 30 años para atrás. La encargada de recuperar los recuerdos de la infancia y la adolescencia, rememorar los abrazos de todo un barrio y aledaños en momentos complicados. Y, a través de su historia, traspasar la de muchos otros que aún permanecen en el ámbito familiar y quizá algún día también pertenezcan al acervo histórico que se hace tangible a partir de las vivencias personales.

Romper la pared y liberar la biblioteca familiar de los Gerchunoff fue el punto que hizo andar esta historia; historia de una biblioteca escondida en tiempos de dictadura cuya existencia era el secreto a voces de la barriada, una biblioteca empotrada en una casa en la calle Corro que gritaba a través del cemento, gritaba en la boca de cada vecino que avisaba a los nuevos inquilinos: “Estas en la casa de los Gerchunoff, donde está la biblioteca escondida”. Fueron 30 años de saber que ahí había libros que nombraban ideologías en algún momento innombrables, imposible de ser siquiera pensadas por miedo a la desaparición, a la tortura, a la muerte; 30 años de no poder corroborar la verdad de la leyenda.

“Mantener viva la historia de la biblioteca creo que es explicable si se conoce la vida en el barrio en aquellos años. Era una sociedad equilibrada, había barrios más ricos que otros pero había equidad. Parque Vélez Sársfield estaba rodeado de barrios obreros: Suárez, Ciudadela, gente calificada que trabajaba en la Renault y mi papá, Salomón, era abogado de Smata, entonces venían mucho a casa. Las maestras del colegio Manuel Belgrano, donde fuimos todos a estudiar, también vivían cerca… La sociedad no estaba fragmentada y eso creo que explica la contención que recibimos cuando mi papá fue secuestrado, y que lo de la biblioteca haya trascendido por tantos años. Me parece que lo que nos pasó fue vivido por nuestros vecinos como una afrenta a ellos también. En el barrio hubo muchos detenidos y hay un momento en que se busca la resistencia y mantener esta historia me parece que fue resistir. Pasaron 30 años, diversos inquilinos recibían como primer comentario que estaban alquilando la casa de los Gerchunoff y nosotros ni sabíamos de eso, vivíamos en otro mundo”, cuenta Roberto, el segundo hijo de Salomón y Eva.

Vivían en otro mundo en el que la casa de la infancia y la posibilidad de recuperar lo que había sido escondido tres décadas atrás no se pensaba, era pasado, como esas cosas que están pero no pueden volver a tocarse.

EL PASADO

La pareja Gerchunoff y sus cinco hijos: Beatriz, Roberto, Luis, Ana y Nora, vivieron desde los años 50 en Parque Vélez Sarsfield, un barrio que en los ‘70 estaba conformado por familias de clase media, profesionales con hijos universitarios, muchos de ellos militantes en partidos políticos o comprometidos socialmente de alguna manera. “El golpe impactó mucho en el barrio, hubo muchos secuestros. Ya en el ‘75, el Navarrazo fue una avanzada de lo que iba a ser la dictadura”, expresa Roberto.

Ana, una de las más chicas de la familia Gerchunoff, recuerda que contaba los Ford Falcon que pasaban por la esquina del club junto a sus amigos del barrio, como un juego, y que presenció el secuestro de una vecina, sin entender muy bien, a sus 11 años, qué estaba pasando.

En medio de ese clima político cada vez más reacio a las libertades, la reforma de la casa familiar fue la oportunidad perfecta para que Salomón y Eva escondan su biblioteca en un placard en altura del baño, quizá pensando en recuperarlos tiempo después. Nunca pensaron que iban a ser 30 años.

En medio de la cruel dictadura, Salomón Gerchunoff fue apresado en el ‘76. Estuvo desaparecido por varios meses hasta que legalizaron su situación de preso. Encerrado durante cinco años en Sierra Chica, Buenos Aires, recibió la visita de la familia y tuvo en la Tía Beba, tal como recuerdan los hermanos Gerchunoff, un pilar importante en esos días de prisión. “Para mí se empezó a caer todo en ese momento. Mi papá preso, mi mamá se enfermó mucho, la situación económica era difícil. Ahí fue cuando empezaron a verse mucho más los gestos de solidaridad de toda la gente del barrio, en el colegio las Monjas Azules no me cobraron más la cuota, el almacenero nos fiaba…”, dice Ana.

En el medio de ese torbellino, la casa con su biblioteca escondida se vendió y quedaron también adentro del inmueble objetos personales de la familia que no pudieron sacar por la venta casi compulsiva. “Estaba embargada y cuando la vendimos quedaron muchas cosas adentro que no pudimos recuperar más: no pudimos sacar el perro, quedaron muebles, yo perdí un cofre con cartas que escribía mi papa en la cárcel en papel de cigarrillo y papel higiénico. Pasó todo eso, pasó la vida y siempre supimos que estaban los libros ahí pero no había forma de buscarlos”, cuenta Ana.

Por eso cuando en 2008, una compañera de trabajo le preguntó si ella tenía algo que ver con los Gerchunoff de la biblioteca escondida de Parque Vélez Sársfield, Ana empezó a llorar. Por primera vez lloró su historia, desahogando el duelo, el miedo, los recuerdos. Y fue con sus hermanos al barrio, 30 años después, a la casa que seguía siendo de los Gerchunoff a pesar de todo – o debido a todo - y abrieron la pared y encontraron esos libros que veían de chicos: las obras completas de Marx, Lennin, literatura, invitaciones a fiestas de 15, revistas, y el poema que Neruda le dedicó a Salomón Gerchunoff en su visita a Córdoba en los años ’50. Se encontraron con el legado material de las ideologías, momentos y recuerdos que el terror no puede matar ni desaparecer.

Fuente: Revista Matices