17.9.10

PRODUCCIÓN FORESTAL PARA LA INCLUSIÓN SOCIAL EN EL DELTA

Un grupo de biólogos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) recibió el premio de la UNESCO “Dr. Michel Batisse” por el trabajo de conservación, manejo sustentable y generación de alternativas productivas en el seno de la comunidad isleña de la Reserva de Biósfera Delta del Paraná, que ocupa más de 87.000 hectáreas. El territorio pertenece a las islas del municipio bonaerense de San Fernando y el proyecto es una nueva estrategia de producción forestal para brindar inclusión social y laboral a los pobladores isleños.


El grupo Bosque e Identidad Isleña, conformado por pobladores isleños, estudiantes, graduados y docentes-investigadores del laboratorio de Ecología Ambiental de la UBA, recibió el premio “Dr. Michel Batisse” para la gestión de Reservas de Biósfera de la UNESCO, por un trabajo llamado “Formación en Educación para el ambiente y el desarrollo sustentable. Propuestas innovadoras con isleños de la Reserva de Biósfera Delta del Paraná”.

Desde hace más de seis años, el grupo se ocupa de la conservación de los ambientes y especies vegetales y animales de la reserva de biosfera, que abarca 87.724 hectáreas en la segunda y tercera sección de islas de San Fernando, en la provincia de Buenos Aires, según un informe de Rodolfo Zibell, publicado en InfoUniversidades.


A partir de la década del ‘70 y con el desmonte masivo que el hombre llevó a cabo para las actividades frutihortícolas con las que subsistía la familia isleña, comienza un éxodo masivo, sobre todo de los jóvenes habitantes de las islas en busca de nuevas posibilidades. Hacia esta misma época, se emprende la forestación de salicáceas, como el sauce y el álamo, prácticamente como monocultivo destinado a conseguir la pasta celulosa requerida por las empresas papeleras.

Las cifras del INDEC son categóricas: sobre una población isleña en 1971 de 30 mil almas, en 2001 quedan 3.000 pobladores, de los cuales sólo 1.000 pertenecen a los 30.000 originales. Es por esto que los investigadores tomaron como uno de los ejes de su trabajo a la identidad isleña, ya que corre el riesgo de perderse.


En la década del ‘80, Ana Inés Malvárez, ya desaparecida, arma en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA el grupo de ecología de humedales, que es un tipo de ecosistema especial en el que están involucrados los deltas.

“Ella nos enseñó a ver la ciencia no sólo a través de la investigación básica, sino en su estrecha vinculación con la sociedad. Creemos que transferir los conocimientos es tan importante como investigar” señala a InfoUniversidades el doctor en Ciencias Biológicas Fabio Kalesmik, a cargo del proyecto.


En la actualidad, hay en la zona un nuevo tipo de bosque que es necesario valorar. La selva se perdió porque fue talada por el hombre y las forestaciones que originalmente habían reemplazado a la selva en galería, es decir, a la que bordea el contorno de los arroyos, entraron en un estado de abandono productivo.

Esto se debe a que cuando los pobladores emigran, la actividad forestal decae y es en esta instancia donde entra en juego el proyecto ganador del premio de la UNESCO. La pregunta era qué pasaba con esa forestación de los albardones, que llevan cientos de años para formarse y eran abandonadas en forma masiva.


La respuesta fue regenerar la selva original con especies típicas paranaenses como laurel, anacahuita, canelón, mataojos. La selva en galería da lugar a un nuevo bosque espontáneo, que crece en forma natural dominado por especies exóticas que colonizan rápidamente en los ambientes abandonados. Entre estas especies se destacan el ligustro, la ligustrina, el fresno, el arce, la acacia negra; especies europeas, asiáticas y norteamericanas.

El proyecto creó un programa educativo con las escuelas de las islas, donde los chicos conocen la flora original que fue eliminada y aprenden en viveros didácticos, que poseen este tipo de árboles espontáneos. Ante la falta de conocimiento acerca de cómo funcionaban las islas y de qué era un ecosistema de humedales, dada la ausencia de información para que los maestros utilizaran, los ecologistas de la UBA elaboraron material de base y durante seis años consecutivos, dictaron cursos de capacitación a maestros de las islas, a agentes municipales, a guías de turismo y a profesionales del INTA y de Parques Nacionales.

El arraigo

Los frutos de los nuevos bosques tienen un valor agregado, ya que tienen funciones ecológicas importantes. Al estar en el albardón perimetral de las islas, las protegen de la erosión del agua que traen las mareas del Río de la Plata, o de las crecidas del Paraná o del Uruguay. También son refugio de fauna silvestre, como la pava de monte, que corría localmente peligro de extinción y que se alimenta de los frutos del ligustro y de la ligustrina, únicas especies que ofrecen frutos en invierno.

Lo curioso es que, dentro de este nuevo bosque, entre los árboles exóticos asoman los árboles nativos originales, como el canelón, el laurel, el arrayán, perdidos como selva y que van a necesitar muchos años en regenerarse, porque cuando las especies exóticas invaden no hay marcha atrás.

Los viveros didácticos son una herramienta de desarrollo sustentable y una alternativa productiva a través de microemprendimientos, en los que los jóvenes isleños pueden implementar, por ejemplo, un vivero comercial y quedarse en la isla. Así, se paliaría el proceso migratorio masivo que hubo en los últimos cincuenta años.