La Asociación Civil Cooperanza funciona desde hace 25 años en el hospital “José T. Borda” como una alternativa al modelo manicomial. Todos los sábados por la tarde se reúnen en unos de los patios del neuropsiquiátrico y trabajan en talleres de plástica, música, literatura y juegos. Los muchachos -como llaman los coordinadores- tienen un espacio para expresarse, compartir y alejarse un poco de la alienación que los encierra en el día a día.
(Por Natalia Arenas / Agencia NAN) Minutos antes de las 14, unos cuantos comienzan a agruparse en el punto de encuentro: uno de los cuartitos que hace muchos años construyeron los propios internos y que hoy es el galpón donde guardan los materiales necesarios para armar los talleres. Otros, más ansiosos, andan circulando por los alrededores desde las 13.30, más o menos. Es sábado, día de Cooperanza. Hace mucho frío, pero el sol alienta a los más friolentos. Manos a la obra, entonces. Todos (o la mayoría) colaboran. Algunos dan órdenes, otros las desoyen y los más se limitan a trasladar las sillas, acomodar las mesas y los caballetes y desplegar los materiales. Unos pocos, observan. Fuman casi mecánicamente y comparten el espacio con los demás, pero en un limbo propio. Entre todos ellos, mezclados, están los coordinadores del grupo: estudiantes o profesionales de psicología, acompañamiento terapéutico y de otras especialidades relacionadas con la salud mental, quienes actúan como facilitadores para que ese espacio sea un lugar de expresión y de vinculación con los otros.
“Siempre trabajamos al aire libre, un poco porque el hospital nunca nos reconoció ni nos dio un lugar techado, y un poco porque eso sí o sí genera que haya un cambio: que tengan que salir de ese servicio, de la alienación cotidiana y estar en otro marco”, explica uno de los coordinadores, Leandro Paniagua, colaborador de la Asociación desde hace 8 años. “La idea es generar que los muchachos mismos vayan ubicando los materiales, un poco donde a ellos les parezca y un poco lo vamos charlando entre todos, pero lo que tratamos de fomentar es que se apropien del espacio”, detalla. Ser los hacedores de la escenografía que se va armando en ese patio inmenso, rodeado de árboles, es también una manera de que el espacio lo vayan construyendo entre todos. Y eso los pone en el lugar de protagonistas, un rol que se diferencia del que están acostumbrados a cumplir puertas adentro.
Cuando llueve el armado es en las galerías que rodean el gran patio. Pero el mal tiempo los complica, algunos muchachos no salen y con los que están es más dificultoso trabajar en ese espacio. Más allá de las bondades del clima, trabajar a la intemperie tiene sus beneficios: hay un notable contraste entre el lúgubre escenario que conforman los pasillos del adentro del Borda y el colorido paisaje del afuera (ese afuera que está adentro de la institución, pero que, al aire libre, se torna más respirable). Esa divergencia se vislumbra hasta en los rostros de los muchachos; sobre todo los sábados. “Algunos saben que es sábado porque está Cooperanza”, advierte Paniagua, en una lograda síntesis de la linealidad y rutina con la que conviven los internos.
El grupo nació hace 25 años como desprendimiento de la “Peña Carlos Gardel”, una iniciativa que surgió en la década de los ’60, en el Borda, y que tuvo como creadores a Alfredo Moffatt y Enrique Pichón Riviere, entre otros. La experiencia se vio interrumpida por la dictadura militar y recién en 1985 Moffatt volvió a insistir con este tipo de actividades; así fundó Cooperanza.
La actual Asociación Civil Cooperanza cuenta hoy con cuatro talleres: plástica, música, juegos y literatura. “El objetivo es que, de estar en esta situación alienada, cotidiana, lineal y rutinaria, puedan encontrar un lugar donde expresarse, donde encontrarse con otros, ya sea sus compañeros o los que venimos de afuera y poner algo del deseo en cuestión: escribir una poesía, escuchar una canción o jugar un truco”, cuenta el coordinador antes de terminar darle forma a la idea: “Nos interesa que el taller sea un puente para la expresión, para armar lazos sociales. El manicomio produce una alienación, la de no tener tarea, de no hacer, de no darle lugar al deseo… y lo que da el taller es la posibilidad de ser con otro”.
El fundamento de la existencia de Cooperanza parte de la estigmatización y exclusión impuesta por la sociedad y avalada desde el sistema institucional, donde el paciente es cosificado: deja de ser una persona para ser un objeto, una historia clínica, un número. De ahí que la Asociación se constituye como una alternativa al modelo manicomial y reconoce a los muchachos como individuos particulares, revalorizando la subjetividad de cada uno, con el fin de hacer resurgir su identidad.
De este grupo se desprendió la famosa “Radio La Colifata”, que nació como un taller de radio y luego se independizó, pero continúa trabajando en el Borda, a pocos metros del patio donde funciona Cooperanza. “Nuestro grupo es abierto y el que tiene ganas viene”, aseguran. Trabajan, históricamente, con el diez por ciento de la población del hospital y, particularmente, con los pacientes más cronificados; los que tienen entre 10 y 20 años hospicio.
Todo Cooperanza está pensado a partir de lo colectivo. No hay tareas individuales. Hay distintos roles, pero las tareas se piensan colectivamente. Los talleres son de 14 a 17. Después, la asamblea: una puesta en común de lo trabajado en esas tres horas, con merienda y cigarrillos incluidos.
- ¿Por qué la realización de este tipo de actividades tiene que venir un grupo externo y no es algo que surge de la institución?
- Porque a la institución no le interesa la salud, o le interesa otro tipo de salud. Si vos mirás, vas a ver que los pacientes parecen más linyeras que pacientes. Casi no hay diferencia con alguien que está en situación de calle. Sobre todo después de esta ola macrista con el cierre de algunos servicios.
- ¿Cuál es el clic que debería hacer la sociedad para no discriminar a los "enfermos mentales"?
- El clic que tendríamos que hacer es, primero, pensar que somos todos diferentes. Vivimos en un sistema que todo el tiempo nos hace pensar que tenemos que ser iguales, hay un patrón que te muestra la tele y que tenemos que ser como ése, y el que está fuera de eso entra en una anormalidad o marginalidad. Me parece que es la posibilidad de pensarnos como singulares, algunos son mucho más singulares que otros. Tal vez en estos espacios se ve a los más diferentes, que los llamamos locos. Me parece que el clic que tenemos que hacer como sociedad es pensar que somos diferentes y que podemos convivir con esa diferencia. Esa es la ideología de Cooperanza, la de incluir al otro, pero desde el respeto.
- Como profesional y coordinador del grupo, ¿qué cosas te suma Cooperanza?
- Como estudiante de Psicología, la formación de la UBA está bastante descontextualizada de este tipo de lugares. Hay mucho psicoanálisis, y es una formación que puede atender a una población de clase media con un diván de por medio, pero no puede abordar estas situaciones. Desde ese lugar, es un aprendizaje constante, porque hay situaciones cotidianas que resolver, porque laburás con cero apoyo del Estado, porque laburás con situaciones jodidas… y porque Cooperanza, al laburar en lo grupal, hace que todo el tiempo mi ego, mi yo, lo tenga que poner en un segundo plano, porque en primer plano está el grupo. No puedo estar decidiendo, por más que tenga un rol diferente, todo lo que a mi me parece, si no que todo el tiempo lo tengo que tener en consideración al otro. Este es un espacio super visceral, así que si o si te vas con un aprendizaje. Muchas veces te vas mal, muchas veces te vas re contra bien, porque ves que los muchachos pueden conectar con la tarea, que no están ahí en el limbo y nada más… y eso es re gratificante, que la finalidad del espacio se cumpla está re bueno. Es un espacio enriquecedor desde todos los sentidos.
Fuente: Agencia NAN
Fotografía gentileza de Cooperanza