11.9.11

LA VUELTA AL BARRIO DE UN DOCENTE

Néstor Rebecchi fue convocado, en 2004, para el cargo de director de la Escuela de Educación Media N° 2, a partir de su trayectoria en la escuela de la Villa 31 de Retiro. Así volvió a La Boca, el barrio de su infancia, a concretar un proyecto basado en una propuesta pedagógica alternativa: las llamadas escuelas de reingreso, cuyo objetivo es incluir a jóvenes marginados del sistema. El colegio está ubicado en el edificio de una fábrica recuperada, donde también funciona una cooperativa gráfica.

(Por Ana Abramowski)  “Yo nunca me fui del barrio, siempre estoy llegando”, frasea Rebecchi haciendo suyas unas palabras de Aníbal Troilo. La ocasión también rima con otro conocido tango, Volver, pero no con la parte de la “frente marchita” sino con aquella que dice: “siempre se vuelve al primer amor”.

Néstor Rebecchi nació hace 51 años en el porteño barrio de La Boca, a cinco cuadras de la Escuela de Educación Media N° 2, que dirige desde el año 2004: “En el discurso de inauguración dije que había dos cuestiones que afectivamente me conmocionaban. Una era el hecho de que la escuela estuviera en La Boca, que es mi barrio. Y la otra es que funcionara en una empresa gráfica recuperada, porque mi vieja era obrera gráfica. Ese día vino gente de la Federación Gráfica y había muchos que conocían a mi mamá. Esas cosas van más allá de las coincidencias”, dice el director. Y luego agrega un par de detalles que evidencian su emoción: “Cuando se abrió esta escuela salíamos a recorrer el barrio para hacer campaña buscando que los pibes se anotaran y vinieran. Era algo muy emotivo, porque me encontraba con gente que me conocía de cuando era chico. En esta escuela hay alumnos que son hijos de compañeros míos de la primaria. Esto es volver a las fuentes”.

¿Por dónde habrá estado Rebecchi? No demasiado lejos, ni haciendo cosas muy distintas a las que realiza todos los días en la escuela de La Boca. Su trayectoria, más que de idas y vueltas, está hecha de constancia, convicciones y metas claras. Vale la pena conocerla.

El estudiante

“Mi vieja era una laburante. Para darme de comer limpió pisos y terminó como obrera gráfica. Pensaba que me daba lo mejor mandándome a una escuela privada barrial y fui al San Juan Evangelista. Lo que se pagaba en ese momento era casi una cooperadora. Vivíamos en lo que hoy se conoce como el Barrio Chino de La Boca, y muchos pibes salíamos de los conventillos, uniformados para ir a la escuela secundaria”, recuerda Rebecchi.

“En el año 1977 terminé la secundaria como abanderado y entré al servicio militar. En esa época yo jugaba al fútbol como profesional en un equipo de primera B, Talleres de Remedios de Escalada, y al mismo tiempo trabajaba. En 1982 dejé el fútbol y retomé los estudios”, comenta. “Siempre tuve en mente seguir una carrera terciaria o universitaria. Me gustaba historia porque en la escuela media tuve muy buenos profesores de esa materia, que me marcaron”.

Las marcas del colegio secundario lo llevaron a estudiar el Profesorado de Historia en el Consudec (Consejo Superior de Enseñanza Católica), donde obtuvo el título en 1987.

Recién recibido de profesor, Rebecchi trabajaba en una fábrica por la mañana, tenía un cargo de adjunto en el Consudec –en la cátedra Argentina Contemporánea– por la tarde, y cursaba Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) por la noche. Los vaivenes de la vida y las obligaciones familiares –ya había nacido su segunda hija– lo forzaron a abandonar la facultad. “Siempre digo que voy a terminar sociología cuando sea grande”, bromea, dejando en evidencia la pasión que siente por esa disciplina, y agrega que también hizo una licenciatura en Enseñanza de la Historia.

Al repasar aquella época, Rebecchi destaca que en su barrio, muy pocos estudiaban una carrera terciaria o universitaria: “Mi entorno no era precisamente propicio para la continuación de los estudios. Uno hacía lo que podía”.

En otro tramo de la charla, repasa las trayectorias educativas de sus padres: “Sé que mi vieja terminó sexto grado (al menos, hay fotos que lo demuestran), pero mi viejo no creo que haya pisado una escuela primaria, tengo esa sensación, aunque no lo puedo verificar. Mi viejo era barrendero, mejor dicho basurero, porque era el que levantaba la basura de los tachos. Trabajaba en esos camiones naranjas de la Municipalidad. Considero que ellos me educaron desde la sabiduría que les daba su ignorancia. Desde ahí trataron de darme lo mejor. Y yo traté de aprovecharlo”.

“Gracias al estudio, yo me pude superar”, enfatiza Rebecchi, y recuerda indignado una declaración del contralmirante Arturo Rial, uno de los protagonistas de la Revolución Libertadora, que decía que esa revolución se había hecho para que el hijo del barrendero muriera barrendero. El director se asume como una prueba viviente del fracaso de aquella sentencia: “Para infelicidad de los que hicieron la Revolución Libertadora, el hijo del barrendero por lo menos es profesor y licenciado”.

El profesor

En 1992, Néstor Rebecchi comenzó a trabajar en la escuela Padre Carlos Mugica, ubicada en la villa 31 de Retiro: “Era profesor de Historia y Geografía y de una materia que se llamaba Estudios Sociales Argentinos. Yo había hecho una serie de trabajos de campo con as organizaciones barriales, los centros comunitarios y el centro de salud”.

En sus clases, el profesor Rebecchi empleaba una metodología que daba muy buenos resultados: “En quinto año trabajábamos del siguiente modo: los primeros meses hablábamos de la epistemología de las ciencias sociales; los pibes en la villa leían desde Gregorio Klimovsky hasta Mario Bunge. Después dábamos conocimientos básicos de sociología y, finalmente, elegíamos un tema e iniciábamos una investigación entre todos. Y todas las investigaciones se terminaban con un video. Con algunas producciones hasta hemos ganado concursos. Era una gran alegría. Pero la satisfacción también tenía que ver con que los pibes de primer año me preguntaban: ‘¿Cuando estemos con usted, vamos a hacer un video?’. Ya estaban pensando a cinco años. Esto mostraba que la metodología se había instalado en la escuela y daba buenos resultados, pero además superaba el prejuicio de que los pibes no pueden, de que no están para esto”.

El director

En 2004 se crearon las llamadas “escuelas de reingreso” en la Ciudad de Buenos Aires. Surgieron a partir de un relevamiento que detectó que, en 2003, había 16.000 jóvenes entre 16 y 18 años que estaban fuera del sistema educativo. “Estas escuelas apuntan a canalizar el interés de estos chicos”, explica Rebecchi.

“Son bachilleratos de cuatro años, y para ingresar hay que tener entre 16 y 18 años. Los chicos avanzan por materias y no por año; es como un régimen universitario. Un alumno puede estar cursando al mismo tiempo materias de 1°, 2°, y 3°. La idea es que los chicos armen trayectos individuales que se puedan sostener, para que se garantice la continuidad de la escolaridad”.

Rebecchi fue convocado para el cargo de director de la Escuela de Educación Media N° 2, a partir del reconocimiento de su trayectoria en la escuela de la villa 31: “Cuando me llamaron, dudé. Yo estaba muy contento siendo profesor allá. Disfrutaba de poder estimular a los pibes y de lograr que ellos tuvieran ganas de hacer cosas. Me gustaba, y los pibes me retroalimentaban”.

“Además –confiesa–, no sabía si lo iba a poder hacer bien. Temía, de alguna manera, no estar a la altura de las circunstancias. Si vine fue porque todos los compañeros de Retiro me dijeron que viniera, que me lo merecía, que la cosa iba a funcionar”.

Las “circunstancias” consistían en darle vida a un proyecto de escuela con una propuesta pedagógica alternativa, pero también en establecer puentes con una franja de jóvenes ubicada en los márgenes del sistema, a los que había que seducir para que quisieran volver a estudiar.

“Acá nos encontramos con algo distinto –dice Rebecchi–. Nosotros veníamos trabajando con los pobres de siempre, los históricos, la gente de la villa 31, y cuando vinimos acá en 2004 nos encontramos con los nuevos pobres, los que habían surgido como consecuencia de la política neoliberal de los años 90. Y fue un gran golpe, porque pensábamos que los catorce años de gimnasia en las escuelas creadas en Capital Federal durante los 90 para canalizar a las poblaciones marginadas nos habían dado todos los conocimientos. Pero no fue así. Nos encontramos con una nueva realidad”.

Una comunidad educativa

La Escuela de Educación Media N° 2 está organizada en dos turnos: mañana y tarde. “En la cursada hay una alternancia que caracteriza a estos colegios y a estas comunidades –explica Rebecchi–. Habrá una media de concurrencia diaria de 160 chicos y chicas por turno”.

El director deja de lado las cifras y elige un vocabulario que le resulta mucho más ameno y significativo para describir el establecimiento que conduce: “En esta escuela la comunidad educativa se hizo efectiva, y eso es real. Muchas veces, las comunidades educativas se convierten en comunidades escindidas y antagónicas. Pero yo veo que aquí está unida por lazos solidarios, de afecto. Cuando se habla de amor en educación parecería que hay que hacer muchas aclaraciones para no caer en un romanticismo. Siempre digo que el que hablaba de amor en educación no era Alberto Migré sino Paulo Freire. Freire decía que la educación es un acto de amor revolucionario. Y también Peter McLaren decía que el amor es un hecho político. Una cosa es organizar una sociedad a partir de lazos solidarios y comunitarios, y otra cosa es armar una sociedad individualista”.

Asumiendo los riesgos de transitar por zonas sospechadas en el discurso pedagógico, Rebecchi insiste: “Voy a decir algo que puede llegar a resultar ambiguo, pero yo creo que las escuelas necesitan humanizarse. Muchas escuelas cayeron en una rutina casi burocrática de lo que es la educación. Humanizarse es tenderle una mano al otro, escucharlo; es permitirse sentir. La escuela se convirtió en una trituradora de sentimientos: si llorás te sancionan; y si te reís, también. Tenés que tener cara de piedra. Cuando nos permitimos exteriorizar sentimientos que son propios de la condición humana, nos  encontramos en una escuela humana. Y creo que los pibes disfrutan eso. No voy a caer en esa vieja dicotomía ‘contención’ o ‘enseñanza’, yo creo que es ‘contención’ y ‘enseñanza’; y en una escuela humana se puede dar mucho mejor la transmisión y producción del conocimiento que en una escuela que a los chicos les resulte distante, autoritaria, disciplinadora”.

Con respecto a ese punto, Rebecchi recuerda una anécdota: “Hace tres años, empezó primer año una chica que era terrible. Al poco tiempo de ingresar en la escuela, fue estableciendo vínculos acá adentro y cambió completamente. A tal punto cambió su actitud que fue elegida mejor compañera de su curso; no se lleva materias y está dentro de los mejores promedios. Hace unos días iba caminando con ella y le dije: ‘Cómo te humanizó está escuela’. Y su respuesta fue: ‘A eso vine’”.

Se nota que Rebecchi tiene recopiladas muchas frases metafóricas que provienen de sus más de veinte años de experiencia docente. Y queda claro que sabe utilizarlas en los momentos indicados: “Creo que la escuela educa mucho más que para el mundo del trabajo: educa para la vida, busca indagar sobre los sentidos de la vida. Cada vez que veo que hay un pibe que está en situación de riesgo, le digo que está caminando por la cornisa; y que si se cae se va a hacer bolsa. Entonces tiene que empezar a caminar por la vereda, que también tiene su disfrute, su goce. Cuando caminás por la vereda, si te caés, te ponés un poco de merthiolate y seguís caminando. Y no le estás hablando de trabajo, tratás de indagar con el alumno algunos sentidos de la vida que le permitan construirse un para qué”.

En la misma línea, agrega: “Cuando los chicos ingresan a la escuela y les doy la bienvenida, siempre les digo que acá tienen una sola obligación durante cuatro años, que es hacerse un proyecto de vida. Pensar, trabajar, crear, trabajar en función de un proyecto de vida. Y la escuela los va a acompañar. Siempre me remonto a Nietzsche, que decía que el que tiene un para qué soporta cualquier cómo. Es importante que estas poblaciones vulneradas puedan inventarse un para qué. Y para poder acompañar a los jóvenes como docente, tenés que estar dispuesto a la escucha; a aceptar las culturas juveniles; a socializar y a no disciplinar; a elaborar respuestas éticas más que morales; a entender que no sos omnipotente, que la escuela no es otra cosa que un espacio de resignificación cultural, y que la autoridad no va a surgir por imposición sino a partir de un reconocimiento que proviene del vínculo”.

Luego de su potente enumeración, el director concluye: “Todas estas características hacen a una cultura institucional inclusora. Yo creo que es necesaria y posible, porque es la que se vive acá y es la que alguna vez construimos en la escuela de Retiro. Esto me habilita a decir que es posible”.

Estrategias de inclusión

Cuando se creó la escuela, se organizaron talleres optativos en contraturno. “En su momento los criticaron –recuerda Rebecchi–; algunas personas preguntaban si queríamos hacer de la escuela, un centro cultural. Yo contestaba que por qué no, sin perder lo que es propio de la escuela. Si hablamos de la institución escolar como transmisora y productora de cultura, qué mejor contexto que el de un centro cultural. Hoy esos mismos talleres son elogiados”.

“Nosotros apostamos a abrir el juego por el lado de la expresión y los medios”, explica el director, y detalla: “Tenemos taller de música, de muralismo, radio, video, fotografía, periodismo. Son canales de expresión muy importantes. Tenemos muchos chicos y chicas que a través de las producciones, dicen un montón de cosas que no pueden verbalizar y que logran manifestar a través del arte”.

Los talleres son una estrategia de inclusión y, al mismo tiempo, de vinculación con las organizaciones sociales y barriales. Como se señaló, la escuela funciona en una fábrica recuperada, cuyos trabajadores están organizados en la Cooperativa Gráfica Parque Patricios. Allí también funciona una radio comunitaria, la Radio Gráfica FM 89.3. A partir del taller de periodismo, la escuela edita la revista Utopía Juvenil, y la cooperativa imprime los ejemplares. Y en la radio funciona otro taller: “Los chicos hacen micros radiales. Es más, hay tres operadores que son de la escuela. Hicieron el taller de radio, aprendieron algunas cosas, y hoy son operadores radiales en Radio Gráfica”.

Sobre Avenida Regimiento de los Patricios, en la misma cuadra de la escuela, funciona un centro odontológico. “También formamos operadores de salud. Los chicos salen por el barrio a hacer campañas. Hace poco llevaron una dentadura gigante al pleno centro de La Boca y los pibes les explicaban a las personas que pasaban, cómo tenían que cepillarse los dientes. Ellos son estigmatizados como vagos, adictos, ladrones y estas experiencias no solo dan vuelta esa imagen sino que muestran que estos pibes le devuelven al barrio un montón de cosas. Esto descoloca a mucha gente. Haber formado promotores de salud y que los chicos recorran los conventillos con los agentes sanitarios, me parece bárbaro”.

Evaluaciones positivas

“Hoy siento mucho placer siendo director, con todo lo que implica: los avances y los retrocesos”, dice Rebecchi, ya sin los temores iniciales y habiéndose probado a sí mismo que, efectivamente, está a la altura de las circunstancias. Esto no quiere decir que la tarea sea sencilla: “Las evaluaciones son positivas, pero la diaria desgasta mucho. Trabajar en estas escuelas necesita que uno venga con todas las pilas y una batería de repuesto”.

Cuando se le pregunta por las primeras camadas de egresados, Rebecchi comenta orgulloso: “Hay chicas y chicos que están yendo a la facultad, otros siguen carreras terciarias, otros se incorporaron al mundo del trabajo. Nuestro objetivo es incluir, y esta escuela realmente incluye y eso nos llena de satisfacción”.

“Estoy conforme y contento con lo que hago. Disfruto mucho del contacto con los chicos y de estar en esta escuela, viendo que hemos formado un equipo docente con alto compromiso. Somos una comunidad educativa integrada”, repite.

Todo parece indicar que Néstor Rebecchi ha vuelto al barrio para quedarse. Tiene todas las pilas. Y, por las dudas, una batería de repuesto.

Foto: Luis Tenewicki

Fuente: El Monitor de la Educación Nº 28